La mano que tacha, la obra dirigida por Paula Banfi, sobre textos de Luis Cano, combina múltiples registros en escena, con una modalidad particular: la edición en vivo.
Por Gabriela Koolen
La mano que tacha propone un recorrido vertiginoso e intenso por el imaginario de un escritor en pleno proceso de escritura: un universo onírico donde se pasean personajes que pueden ir desde la inocencia más pura a una crueldad siniestra, pasando por el registro de lo más cotidiano y banal, sin por eso perder vuelo poético. La original propuesta de edición en escena involucra a artistas y espectadores en una aventura creativa, y le da a la obra un carácter lúdico, donde imágenes y sonidos invitan a adentrarse en espacios íntimos y profundos con una sensibilidad increíble. La mano que tacha parece no detenerse, y avanza creando formas diferentes que combinan música, proyecciones y situaciones dramáticas sin un itinerario predeterminado. La obra está viva, respira, e invita a un recorrido que, como la vida, no pretende cristalizarse en una sola imagen, sino que se arma y desarma, dando lugar a múltiples mundos posibles. En diálogo con Revista Dínamo, Paula Banfi, la directora de la obra, cuenta acerca de este viaje impredecible, en el que vale la pena aventurarse.
Revista Dínamo: ¿Cómo surgió la idea de hacer esta obra?
Paula Banfi: En el 2011 dirigí Niebla, una obra de Luis Cano, y ambos quedamos contentos con nuestro cruce autor-directora. Entonces, a raíz de una charla con Luis, presenté un proyecto al Fondo Nacional de las Artes para hacer una “edición en escena” de tres textos suyos con un equipo interdisciplinario, con el objetivo de llegar a una obra nueva, fruto de ese trabajo. A fin de ese año chequeé la página web del FNA y pensé que la beca no había salido. De golpe un día, casi 5 meses después, me llega una carta diciendo que me gané la beca y que tenía un año para estrenar la obra. Ahí, además del entusiasmo, se sumó un nuevo factor: estábamos en plena edición de Escuela de Marionetas, un libro que recorre muchísimas obras de Cano y que publicó con Libro Disociado, que es mi pequeña editorial. Entonces yo estaba con miles de obras de Luis frescas en la cabeza, leídas y releídas y disfrutadas, y le propuse que en vez de trabajar con esos tres textos, quería trabajar con todos y ver qué pasaba.
RD: ¿Cómo fue el proceso creativo y la selección de los textos sobre los que trabajan?
PB: Luis se propuso desde un primer momento como “proveedor de textos”, me dejó usar lo que yo ya había leído y además escribió algunas cosas ad-hoc para el proyecto. Yo, encantada. Teniendo eso como material textual, convoqué a dos actores a quienes ya había dirigido, Mariano Kevorkian y Lola Banfi (que además es mi hermana); a Sebastián Pandolfelli, músico que era compañero de elenco mío en ese momento; y a Martín Rieznik, cineasta, con quien no había trabajado, pero había visto fotos suyas y varios de sus cortos, y me encantaba su mirada. Hice un primer recorte de textos por lo que me había pegado en la lectura: una selección de escenas de distintas obras, varias frases sueltas, y unos cuantos textos del prólogo del libro, que hablan sobre la escritura. Además, les di a ellos todos los libros que tenía de Cano, para que también hicieran su propia selección. Y en todos los ensayos los textos estaban disponibles para ser leídos en cualquier momento. Nos juntamos a ensayar dos o tres veces por semana, con la consigna de jugar con esos textos desde la actuación y la música, ponerlos en movimiento en la escena y ver qué se iba armando. Improvisar, hacer y deshacer, pero sin usar palabras que no estuvieran escritas por Cano, esa era la única regla. De a poco los chicos se fueron aprendiendo muchísimos textos, Sebastián encontrando sonoridades, y Martín, imágenes. Filmamos durante los ensayos y salimos a filmar a distintas locaciones, también, imágenes producto de lo que decantaba de lecturas y ensayos. Y de pronto empezó a aparecer como hilo conductor la idea del viaje por la cabeza de un escritor, y Mariano se fue convirtiendo en ese escritor y apropiándose más de los textos en primera persona, y Lola, Sebastián y Martín se fueron convirtiendo, cada uno desde su lenguaje, en estos ecos, personajes, fantasmas y reflejos que lo acompañan o generan ese mismo viaje.
RD: ¿Por qué eligieron hablar del proceso de escribir?
PB: Yo creo que el pensamiento en general es algo absolutamente fascinante. Esa cosa de que sentís un olor y de golpe estás de vuelta en tu casa de la infancia. O escuchás una canción y siempre en la misma parte te emociona y te dan ganas de llorar. O decís una palabra y te hace acordar a no sé qué, y en una milésima te transportaste. Me divierte seguir el hilo en las charlas de cómo la cabeza fue saltando de una cosa a la otra. A veces es un salto lógico y muchísimas veces no. Y lo mismo al revés, eso de olvidarse completamente de algo que uno sabe, y sabe que sabe, pero no lo encuentra aunque insista. ¿Dónde está? O la sensación de dejá vu. O los sueños, que son algo rarísimo. Luis, en su manera de escribir, tiene algo muy poético, onírico y fantasmagórico. Y en ese prólogo que usamos hace bastante referencia a esta cosa de que “los textos aparecen, imprevistos”. Entonces hablar del proceso de escritura, usando textos de Cano y tomando a este personaje escritor, fue una manera de hablar de procesos de pensamiento. Y quiero aclarar que, cuando digo pensamiento, me refiero a sensación y emoción también. Procesos de ser, podría decirse. Y en esto, el teatro, que tiene como esencia esa cosa tan aquí y ahora, viene como anillo al dedo.
RD: ¿Cómo es el trabajo de edición en escena en cada función?
PB: El trabajo de edición en escena consiste básicamente en una improvisación entre ellos cuatro, y las luces, que opera Luciana Supicich, que es una genia, conmigo al lado. Entonces, lo dado es esto: un actor-escritor escribe, y hay un músico con sus instrumentos, una actriz y una imagen proyectada. Además, hice una puesta de luces básica, que siempre está, y que ellos saben que está, y qué sectores ilumina. También están los textos de Cano, disponibles en escena. A partir de ahí, todo lo que suceda es el viaje, y es improvisado. Los actores usan los textos que tienen en la cabeza y los que encuentran por el suelo. El cineasta mezcla los videos en vivo. Y el músico, también en vivo, va zapando con ellos. Y las luces también. No hay un guión, ni se sabe nunca qué va a pasar realmente, ni de qué modo. Hay que confiar en uno, en los compañeros de equipo y salir a jugar. Sólo sabemos que es un escritor que escribe, que los textos son de Cano, y que vamos a viajar y queremos que el viaje dure más o menos una hora, pero incluso eso es por sensación, porque nadie controla el tiempo, ni siquiera yo. Obviamente, hay algunos lugares que ya transitamos, escenas que una vez que aparecen siguen hasta que terminan, el escritor vuelve cada tanto a su escritorio, y hay cosas que sabemos de antemano que combinan bien. Pero jugamos con libertad, confiando en el marco que contiene el juego. Como si fuera un partido de truco: podés mentir, podés cantar, podés arriesgar, te podés calentar, te podés ir al mazo, podés gritar vale cuatro, pero no vas a decir “tachame la doble” o “hundido”. Hay un contexto de juego que te permite divertirte en cierta paz, aunque tengas que estar siempre muy atento.
RD: ¿Por qué trabajar de esta manera?
PB: La decisión de hacerlo así tuvo que ver con dos cosas. La primera es que no hay nada más en movimiento que nuestras cabecitas. Entonces, si fijábamos algo, si llegábamos a un resultado final, se iba a parecer más a una foto de la cabeza que a un viaje por el pensamiento. La otra, profundizar esta esencia teatral del aquí y ahora, apostar a tomarse el teatro casi como un juego de riesgo, extremar el vértigo que da la escena. Pero como en realidad no hay un riesgo vital, uno puede divertirse mucho si está realmente presente y se atreve, y pueden aparecer cosas muy bellas o intensas. Y los chicos se lo toman con mucha valentía, talento, responsabilidad y confianza.
RD: ¿Cómo viven esta experiencia, y los cambios a través de cada función?
PB: Es genial. Estamos todos muy contentos, porque en un punto es como extender la típica etapa de ensayos, con esa cuestión de que siempre, indefectiblemente, aparece algo nuevo. Y es increíble y muy placentera esa sensación. A mí es lo que más me gusta de dirigir, la sorpresa de lo inesperado. Ojo, en una obra normal también cada función siempre es distinta, es lo lindo que tiene el teatro. Pero al llevar a un extremo esta propuesta, pasa todavía más. Quizás ellos por momentos sufren un poco, pero también disfrutan mucho. Salimos de la función sorprendidos con las cosas que surgieron, comentándolas. Y al público por suerte también le viene resultando bastante fascinante, porque sepa o no de qué viene la propuesta, en algún lugar siente el clima que se respira en la sala, de un hacer en construcción, siempre al borde del abismo.
Funciones:
Sábados a las 22.30 y domingos a las 21.00hs.
El Excéntrico de la 18 – Lerma 420 C.A.B.A.
Reservas 4772-6092
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