«Estar con ganas de escribir te lleva a estar muy atento, a refuncionalizar todo lo que se te cruza y llevarlo a la literatura», asegura este artista, de tan solo 29 años

Por María Luján Torralba
@lujitorralba

black and white

Martín Jali nació en 1984 en Buenos Aires. Vive de manera nómade entre San Justo y Almagro y juega al básquet en un club de Ciudadela. Estudió Letras en la UBA. Colabora en medios como Página/12, Brando, Cielos Argentinos, y dirige el club de libros Escape a Plutón.

En 2009 editó, de manera autogestiva, artesanal y feroz, el poemario Crossover. Participó con poemas, relatos y reseñas en revistas como No Retornable, Orilla Sur, Revista Ese, EGO y Esto no es una revista. Actualmente prepara su primer libro de cuentos.

Revista Dínamo: ¿Qué es ser un joven escritor?, ¿desde cuándo te autodenominas escritor? Martín Jali: Creo que el término escritor es siempre difícil, al menos para mí. ¿Cuándo uno se “recibe” de escritor? ¿Al publicar? ¿Cuándo alguien te reseña? ¿Cuándo te invitan a lecturas bastante seguido? ¿Al ganar un premio? No sé. Soy relativamente joven y escribo, lo que implica dedicación y trabajo. Escribo y tomo notas en cuadernos para no sentir que estoy trabajando, y después, generalmente de madrugada, transcribo y trabajo sobre esas notas. Ser joven, en este caso, supone una circulación under, cierto espíritu punk, pensar bastante en cómo diagramar una voz propia, ser amigo de otros escritores, editores, poetas y críticos jóvenes que están en la misma que vos, con los cuales te juntas a tomar cerveza y charlar.

RD: ¿Cuáles son tus referentes literarios?, ¿qué texto te marcó para siempre?
MJ: Me siento influenciado por un montón de voces bastante actuales, quizá por el patrón de lectura que tengo. Me interesa lo contemporáneo, en cómo abordar el paisaje del presente: Bruzonne, Havilio, Muslip, Lamberti, Cecilia Pavón, poetas como Osvaldo Bossi, Casas, Martín Rodríguez y una cantidad enorme de poetas contemporáneos. Las marcas están en los textos que leí en la juventud, que van diagramando una suerte de sensibilidad literaria. Esas marcas están en los libros de Cortázar, en gran parte de la obra de Bioy Casares, del cual soy muy fan, de las ediciones de Emecé de Stephen King, que se conseguían baratísimas en las librerías de la costa. Por lo demás, escritores como Martín Rejtman, Bolaño, Levrero, Sergio Bizzio, Ballard, Cheever, Silvina Ocampo, Alfred Hayes, Bradbury, Vonnegut me gustan mucho.

RD: ¿Cómo llegan las historias a tu mente?, ¿en qué te inspirás?
MJ: Creo que siempre hay un punto de partida o algo que por tal o cual razón te motiva a escribir. Hay escritores que te ceban, imágenes que te mueven el piso, música, obras de teatro, cine, una anécdota poderosa o algo que escuchaste en una fiesta, una entrevista, un chiste. La clave, para mí, es trabajar con argumentos, sondear estructuras para convertir lo cotidiano en otra cosa, un poco hiperbólica aunque verosímil, unir ideas o sensaciones hasta tener una historia en la cabeza. Robar o tomar prestado material es inspirador. Igualmente, creo que lo más importante es el estado de ánimo, estar con ganas de escribir o en estado de escritura te lleva a estar muy atento, a refuncionalizar todo lo que se te cruza y llevarlo a la literatura o al borde de eso. Abordar tu mundo en estado de alerta. Ahí te enriqueces muchísimo. Me inspira la sección “Lo que se” de Radar, algunos libros de memorias como Éramos unos niños de Patti Smith, porque ahí el Yo vibra con una intensidad sorprendente, las entrevistas que da Aznar, caminar mucho. Hace poco volví a ver El luchador, con Mickey Rourke, y fue una gran experiencia. Se convirtió en mi héroe personal por algún tiempo.

RD: ¿Qué concepto englobaría toda tu obra?
MJ: No tengo una obra, y si existe está girando en la red, en Facebook, correos, en muchísimos archivos de Word, en las páginas de algunas revistas. Una obra implica algo unificado y concentrado que todavía no tengo y no se si voy a tener. Me parece que es peligroso pensar en una obra.

RD: ¿Cómo definirías tu estilo?
MJ: No lo tengo nada claro, me gusta pensar que no tengo estilo y lo voy tomando prestado de acuerdo a lo que quiero hacer. Igualmente, creo que el estilo es un efecto de lectura, algo que a uno, como autor, lo excede.

RD: ¿Qué personaje de ficción te hubiera gustado ser?
MJ: Sin dudas Bill Murray en El día de la marmota. Seinfeld. Magnetto de X-Men. Creo que me hubiese gustado ser un personaje de Los goonies. Ziggy Stardust.

RD: ¿Con qué artistas de otras disciplinas te identificás?
MJ: Muchos mas que identificación creo que es admiración. Pienso en el cine de Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, David Cronemberg, en todo lo que hizo y representa Bob Dylan, el imaginario de Rafael Spregelburd, Maruja Bustamante, Viggo Mortensen, los sueños de David Lynch, la poesía hecha canción de Gabo Ferro, en Paul Thomas Anderson, en el trabajo apasionado del grupo teatral Sambuseck, Werner Herzog, Tom Waits, Martín Buscaglia, Tarantino.

Sobre Martín Jali

Su blog es Música para hipopótamos

sus publicaciones:

Crossover (poemario, edición autogestiva, 2009)
“El jíbaro del hotel Montevideo”, en Antología de cuentos de terror, por Revista Ese

Acá, Martín Jali nos deja los primeros 3 capitulos de la nouvelle Siento cosas increíbles por vos:

1.

Cuando le cuento que Lucas me abandonó por una ornitóloga, Freda suelta la pinza retractil y el bisturí plateado con el que, hace tan solo unos segundos, punzaba las extremidades de una medusa noctiluca. Después tuerce la mandíbula hacia un costado y suelta un gemido casi animal, especialmente violento.
Un gato con manchas blancas y negras me araña el borde de los pantalones. Otros dos dormitan sobre unos almohadones que Freda trajo hace algunos meses. El cuarto persigue una mosca y se posa encima de un frasco gigantesco repleto de agua aceitosa. Nadie sabe muy bien de dónde llegan ni cómo ingresan al Instituto. Freda se limita a recogerlos y brindarles una guarida.
– El amor entre una bióloga marina y un doctor en botánica está destinado al fracaso – dice y a mí me dan ganas de felicitarla por semejante sentencia.
Más tarde tomamos café frío porque ninguna de las dos tiene ganas de caminar hasta la cocina. Le cuento del último viaje que hicimos juntos, de algunos planes; después reitero los mismos insultos que ya repetí hace un rato: forro, hijo de mil putas, trolo, conchudo.
Al final Freda me aconseja que lo olvide, que compre cosas, que llore todo lo que tenga que llorar. Después toma la pinza, hace presión con la muñeca y parte en dos el cuerpo de la medusa, estrujando con cuidado los nematocistos que transportan el veneno a lo largo de la napa gelatinosa del abdomen. Entiendo que Freda tiene que volver al trabajo, que ya está, que se acabó mi porción de sufrimiento en voz alta.
Salgo de la habitación y atravieso barriles con agua dulce, maquetas que imitan la desembocadura de un estuario, peceras alargadas con tierra y barro, más y más peceras donde nadan moluscos y una fila extensa de bidones de plástico que parece interminable. Dentro de trillones de años el universo se va a volver terriblemente frío, las estrellas se apagarán y toda vida inteligente deberá morir. Hay una sola manera de salvarse del fin del universo, dice el astrofísico italiano Hack Vitello, y es escapando de él.

2.

Enciendo un cigarrillo al revés y de pronto tengo la boca llena de hebras de tabaco. El filtro está negro, apestado por el fuego, no sirve. Igualmente cometo una imprudencia: mientras fumo, pienso en lo mal que le hace esto a mis pulmones. Lleno un vaso de vino y comienzo a mirar páginas de Tumblr, restauro una y otra vez mi casilla de correo, visito blogs, perfiles de Facebook, notas extrañas sobre epidemias asiáticas, rituales suicidas en Finlandia y animales exóticos. No puedo detenerme. En un portal leo cómo trasladan rinocerontes blancos desde una reserva ecológica en Zambia: porque las rutas del desierto resultan intransitables, viajan colgados de las patas por cables de acero, somnolientos, completamente drogados, con sus cuernos atravesando el aire caliente algunos metros debajo de las aspas plateadas de los helicópteros militares. Busco más información, lleno con mis datos un petitorio de una asociación no gubernamental de Vietnam para proteger a los rinocerontes blancos, en evidente peligro de extinción. Me sirvo más vino. Fumo. Cuando juntemos 100.000 firmas, entregaremos el petitorio en Bruselas, el corazón político de la Unión Europea. Recorro fotos viejas mientras le escribo un mail a Lucas. Fumo un cigarrillo tras otro. Hablo con una amiga que no veo hace mil. Doy rodeos, le cuento de mi trabajo y de la maestría que estoy cursando en arqueología oceanográfica. Finalmente, sin razón, explico que me acaban de dejar y la conversación se torna insostenible. Me pregunta cosas que no quiero responder y, por supuesto, me arrepiento de haberla saludado.
Una hora más tarde, vomito en la bañadera: un líquido blanco, apenas pastoso; después, pura saliva. El vientre se me arquea, como si un alien chiquito pujara por salir, mientras las costillas parecen rebalsar de mi cuerpo.

3.

Deliro. Tengo fiebre durante días. Llamo al trabajo y pido licencia. Fedra viene a cuidarme, me da sorbitos de sopa y me trata con una dulzura inusitada. Hablamos de manera entrecortada y pareciera que nos decimos las mismas cosas una y otra vez. Estoy demasiado débil para conversar, pero ella me hace mimos, me dice que todo va a estar bien, que solo necesito tiempo. No habla de la enfermedad, habla de Lucas pero sin nombrarlo. Una noche se queda a dormir y percibo, por las hendijas de la puerta, la claridad del televisor y sus voces. Freda ríe. ¿Qué estará mirando? En algún momento, escucho que habla por teléfono con un médico o un psiquiatra o algo por el estilo.
Sueño que formo parte de un equipo de paleontólogos que descubren un neandertal congelado. ¿Siberia? ¿Alaska? ¿La Antártica? Usamos camperones térmicos y gorros bordados en piel de foca. Por las noches vemos luces púrpuras en el cielo. Cuando salimos a caminar, nos hundimos en la nieve. Percibo la imagen de un bloque compacto de hielo. Poco a poco, con picos, mazas y un aparato que despide calor por un tubo de aspiradora, descongelamos al neandertal. En el sueño se superponen, como hojas transparentes, un estado opaco con otro más visible. Aparecen, tornasolados, los rasgos de una cara, el cuerpo, una sombra, pero, a medida que avanzamos, comienzo a inquietarme. ¿Estaremos cometiendo un error? ¿Por qué revivimos a esta criatura? Mis sueños aparecen poblados por esquimales, animales con mucho pelo, una aureola boreal que cruza el cielo de Norte a Sur.
Me queda del sueño los tonos brillantes, una luminosidad cegadora, la bandada de colores delirantes y las estrellas.