Inspirado en la versión parisina, el evento nocturno porteño no tiene nada que envidiarle a su madrina artística. De hecho, el primer mundo podría aprender de Buenos Aires
Por Agustina Ordoqui
@agusinha
Las comparaciones son odiosas. Y eso de primer mundo contra tercer mundo -dos términos anacrónicos e imprecisos, si los hay- no escapa a esa premisa, aunque a veces parezca inevitable. Hay diferencias en el transporte, en la variedad de la comida y, desde luego, en la oferta cultural. Pero Buenos Aires no tiene nada que envidiarle a París. En más, hay algo que París debería envidiar a Buenos Aires, y eso es la Noche de los Museos.
Lo más interesante de la propuesta porteña -en contra de lo que dice su nombre- no es ir a visitar los museos de noche, sino aprovechar aquellos lugares que abren sus puertas con eventos especiales, como las embajadas, o descubrir las distintas actividades que se proponen. Otro punto a favor es que, con la impresión de un voucher, se puede viajar de un punto a otro de la ciudad de forma gratuita.
Por distintos motivos, este año no voy a poder asistir a la cita de octubre, tal como lo hice en otros años (incluso recién operada por un problema de salud). En contrapartida, estuve en París para la famosa Nuit Blanche, la madre de todas las noches museísticas. La propuesta giraba alrededor del cambio climático y, por eso, la mayoría de las instalaciones secundarias y espectáculos iban a tener esa temática. El paseo era en tres circuitos. Uno en la zona de Les Halles; otro en el norte de París hacia el oeste; y el último, en el norte de París hacia el este.
“Esto tiene que ser increíble. No me lo puedo perder”, pensé y junté las fuerzas para enfrentar a las hordas de turistas en la capital francesa, que se cuentan de a millones. La primera decepción llegó rápido y no de la mano de la marea humana.
Tras esquivar a diez personas por segundo, llegamos al Hôtel de Ville, donde estaba anunciada una colosal instalación de bloques de hielo de colores en el parvis, realizada por la artista china Zhenchen Liu. El objetivo era denunciar el deshielo provocado por el calentamiento global y, para recordarlo, una vez que las estructuras se derritieran, quedaría el rastro de los colores en el piso.
La idea y el mensaje eran claros, excepto porque la propuesta prometía un dinamismo que no se correspondía con lo estático y lento de la escena. Y ni hablar del hecho de que en octubre ya no hace calor en París. Los bloques todavía deben estar en proceso de descongelación.
El tumulto autóctono de París, además, impedía localizar los espacios que formaban parte del circuito, sumado a una escasa señalización. Encontrarlos era más fruto del azar que de otra cosa. Nuestra segunda parada fue, finalmente, el Centre Pompidou, uno de mis lugares favoritos de París. Pero ni eso sirvió para remontar la velada. Aunque tiene colecciones excelentes, la muestra temporaria estaba cerrada. Léase, si realmente querés ver todo, tenés que pagar. Adiós concepto de gratuidad prometido por la Nuit Blanche.
En el patio del Pompidou, también se iban a lanzar fuegos artificiales, espectáculo que terminó siendo una bomba de humo, literalmente. Los fuegos eran sobre el piso y más que luces, solo se veía la humareda. Tampoco quedaba clara su relación con el medio ambiente, a no ser que la nube provocada por los fuegos artificiales representara el smog de la ciudad.
La tercera parada -que ante el temor de seguir con la mala racha se convirtió en la última- fue el Museo de l’Orangérie, otro lugar hermoso donde están los grandes cuadros de las Nympheas de Monet. Pero siempre hay un pero. Nos tomamos el subte con la decepción de que, a diferencia de Buenos Aires, el transporte no es gratuito. Y al llegar, el museo -lo más interesante- estaba cerrado. Solo había un espectáculo en vivo agotado hasta las tres de la mañana.
Probablemente haya sido una mala experiencia que no se debería generalizar. Por su parte, la Noche de los Museos porteña dista de ser perfecta. La falta de un concepto amplio o propuestas más originales año a año, además de las largas filas que pueden llevar horas y de la hiperconcentración en determinadas zonas, son puntos a resolver.
Sin embargo, en la versión porteña permanece algo que parece haber perdido la Nuit Blanche ya sea por desgano, reiteración o falta de interés en un turista que asiste igual: la idea de acercar la cultura a los grandes públicos. La Noche de los Museos implica cultura gratis desde el primer momento, sin ningún tipo de condicionamientos en su oferta, ni pretensiones difíciles de alcanzar en su puesta en escena. Y en eso el discípulo supera al maestro.