Los enamorados de Alfred Hayes, es una deliciosa nouvelle que revela minuciosamente las emociones más viscerales por las que atraviesa un corazón roto. Un relato cautivante.

Por María Luján Torralba
@lujitorralba

“Esa actitud -que no hay nada más fácil que amar- sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor, a pesar de las abrumadoras pruebas-de lo contrario. Prácticamente no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor.” El arte de amar de Erich Fromm

El amor duele. El amor no correspondido duele más profundo aún. Y el amor imposible, mata. El amor es imposible cuando un ser no se deja amar ni se permite amar, cuando se da cuenta tarde que estaba enamorado y ante la pérdida del ser amado descubre que eso que se está partiendo en veinte mil pedazos, es el corazón. Porque, como dice Erich Fromm, el amor es un arte y si no se practica, fracasa. Este dato parece no haberlo tenido el narrador de Los enamorados de Alfred Hayes, a quien, ya desde la portada del libro, se deja explícito, que para él, el amor es una flecha que lo atraviesa para dejarlo desplomado en el piso.

La historia de Los Enamorados, publicada por primera vez en 1.953 y editado por La Bestia Equilátera en 2011, podría ser una historia de amor más. Una joven que se enamora de un hombre que no se termina de jugar del todo por ella, entonces aparece otro hombre que la seduce y ella se deja llevar ante la propuesta de una vida diferente. La joven rompe con el primer hombre del que ya no está más enamorada. Aquel hombre descubre que en verdad sí la quería, que sí era la mujer para él, que sí la amaba con locura, pero ya es tarde. Éste no es el final de la novela, sino el clímax del relato. Un texto que por su temática tal vez parezca una historia de amor más, pero no lo es. Los Enamorados es un recorrido exquisito por las atmósferas anímicas que vive un hombre con el corazón roto. Es un magnífico encadenamiento de aquellos sutiles sentimientos que atraviesan otras fibras sensitivas.

“Mi mundo empezó a resquebrajarse como una galletita. Me descubrí sumamente susceptible a los animales pequeños, a las cintas en el pelo de las niñitas, a las canciones que sonaban tarde en radios solitarias. Me resultaba muy peligroso pasar cerca de donde daban películas en las que chicas tullidas eran sanadas por el amor desinteresado de empleados pobres. Me volví muy sensible a las manifestaciones más obvias de la fragilidad de la existencia; me deshacía ante la menor palabra amable, y dosis enormes de autoconmiseración corrían por debajo de mi superficie indignada. Me dolía moverme, como una valija misteriosamente vapuleada.” La claridad y percepción de las palabras, no dejan duda de que Hayes bien supo lo que es sufrir por amor.

La descripción minuciosa de emociones donde los espacios psicológicos son los protagonistas, puede relacionar en este punto a Los Enamorados con el film Lost in Translation de Sofía Coppola. Tanto en el libro como en la película, el lector o el espectador asiste a la contemplación de la aflictiva relación entre dos personas que luchan por dominar racionalmente sus pasiones. Los argumentos de ambas historias no son en sí lo que atrapan sino las diversas atmósferas que hacen de piezas de un rompecabezas perfecto. Cuando Charlotte y Bob conversan recostados en la cama y él le acaricia el pie, el tenso almuerzo luego de que ella viera que él se había acostado con la cantante, el juego de miradas en el Karaoke, y la sutil y eterna despedida en las calles de Tokio, son ejemplos de que una gran historia de amor no necesita ni actos heroicos ni grandes aventuras.

Los Enamorados conquista, conmueve y cautiva. Como esa fuerza que arrebata llamada amor, como un sueño, como el sueño del narrador, tan absurdo como certero. “Esa mañana tuve un sueño extraño: estaba en el claro de un bosque y había un semicírculo de chicas vestidas con batas blancas, como griegas, que miraban cómo alguien con un traje de acróbata daba saltos asombrosos. Las chicas parecían muy contentas, y el acróbata saltaba cada vez más alto, haciendo girar los tobillos. Acababa de dar un salto verdaderamente increíble, quizás el más alto de toda su carrera, muy por encima de las cabezas de las chicas de blanco, cuando se oyó un ruido como el del aire que se escapa de una cubierta pinchada, un silbido inconfundible, y el acróbata cayó y se estrelló contra el suelo. Lo vi tirado sobre la hierba, y después una de las chicas se acercaba y lo tocaba con la punta de un pie descalzo. Decía: Está vacío. Y era cierto. No había en el suelo sino un traje.”


Ilustración: Los enamorados, de Marine Walon

Notas relacionadas:
El amor en los tiempos de Hollywood (reseña de Que el mundo me conozca, de Alfred Hayes)
Una aventura a lo más exótico de la imaginación (reseña de El mármol, de César Aira)