Debajo de los rulos encanecidos del escultor Carlos Regazzoni, existe una persona excéntrica que vive para el arte y que transforma rezagos de metales en verdaderas y originales obras.
Por Silvina Idiart

En la esquina de Avenida Del Libertador y Suipacha, mano hacia el norte, un cartel imperceptible de color amarillo indica el rumbo para llegar al atelier del artista escultor. A partir de allí, un camino empedrado rodeado de pastizales y esculturas hechas con materiales de desecho fueron testigos de cada paso hasta el “Hábitat del Gato Viejo”.
El tañido de una campana de bronce anuncia nuestra llegada y el asistente del escultor autoriza el ingreso con una cordial bienvenida. Una vez allí adentro aparece Carlos Regazzoni con una remera a rayas con agujeros en los codos y en la panza –“para que respire el ombligo”- y un acentuado tono francés. Comienza a narrar cómo fue su llegada al mundo hace 67 años.
“El día en que yo nací era un día gris. El cielo se fue oscureciendo de a poco y el viento soplaba a 200 kilómetros por hora -toma a dos chicos que escuchaban con atención su relato de los hombros y los sacude como el efecto del viento-. De repente todo se puso negro, cayó un rayo y, entonces, aparecí. Soy de la Patagonia, allá hay mucho viento y sopla con fuerza”.
Revista Dínamo: ¿Cómo fue tu infancia?
Carlos Regazzoni: Me crié entre máquinas y fierros, ese era mi mundo. Mi papá tenía un taller y yo siempre estaba allí.
RD: ¿En qué momento surgió el amor por el arte?
CR: Como tengo mucho de mecánico y herrero me fue fácil empezar con la escultura, pero antes de hacer obras con los desechos, me dediqué a la pintura.
RD: ¿Y qué fue lo que te hizo elegir la escultura y dejar de lado la pintura?
CR: Me dediqué más a la escultura porque creo que tiene una visión prepotente de la vida, mucho más viril que la pintura, la siento más poderosa. Además, me dio la posibilidad de cortar y retorcer fierros, trabajar con las manos y eso es lo que a mí me gusta. De todos modos, la pintura siempre tiene un espacio en mi galpón. Hace un tiempo, Bruno Nacif y Francisco Riveros, estudiantes de Artes Visuales de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ), debutaron con su primera exposición individual en Buenos Aires y la muestra fue acá, en el galpón.
RD: ¿Cómo aparece la idea de hacer tus obras con resabios del ferrocarril, rezagos de metales, materiales de desecho y restos de basura?
CR: Porque son materiales que pertenecieron a la era de la Revolución Industrial. Mis obras están hechas con chatarra y con elementos nobles como los de aquella época. En las construcciones inglesas de principios de siglo se puede ver el sentido de belleza y trascendencia de las cosas. Todo lo que se fabricaba era para que durara eternamente, por eso, tiene un gran peso de conciencia propia y una morfología poderosa, están hechos con dedicación.
RD: Este lugar de trabajo al lado de las vías ¿lo eligiste como fuente de inspiración?
CR: No, no lo elegí, me lo prestaron. A esta altura podría decir que estos galpones me los donaron. Vine por 7 días y ya llevo más de veinte años. En el año 1984 expuse mis obras en el Centro Cultural Recoleta y tuve un inconveniente con Levinson, el director de aquel momento, que me dijo que yo era un problema y me echó a patadas en el ojete. Entonces, cargué todo en un camión y enfilé derecho al Riachuelo para tirar todo, pero, al pasar por los galpones de Retiro conocí al jefe de la estación, Néstor Rubiolo, y le comenté que necesitaba un espacio para dejar todos mis trabajos y me prestó este galpón desocupado. Siempre le estaré agradecido. También, tengo un taller en un castillo de Francia y la suerte de vivir de esto.
RD: ¿Por qué Francia?, ¿cómo llegaste allá?
CR: Fui por primera vez en el 1992. Me invitó un videasta francés, Franck Joseph, que había presentado un video documental de mi obra en el Festival Internacional del Film Ferroviario de Vendome y obtuvo el primer premio. A partir de allí, mantengo una relación cultural con Francia donde me permiten exponer mis obras y me brindan un lugar de trabajo. Por esta razón, vivo la mitad del año en Argentina y la otra mitad en el castillo de Fontaine Française.
RD: Si tuvieras que elegir una de tus obras, ¿con cuál te quedarías?
CR: A veces, todo lo que hago me parece una basura, pero me quedaría con los aviones.
RD: ¿Cómo te definís a vos mismo?
CR: Soy un artista popular, un escultor que trabaja todo el día. Vivo y trabajo en el mismo lugar, creo que eso es bueno porque no pierdo relación con las cosas convencionales. El arte tiene mucho de convencional, si no fuera así el hombre no lo entendería, y el arte es para los hombres.
Fotos: Silvina Idiart


