Desfachatada y desbordada de pasión. Ella es la actriz Rosa Salomón y le pone el cuerpo y el alma a excéntricos personajes que a fuerza de cariño y aplausos ya tienen vida propia

Por María Luján Torralba
@lujitorralba

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“Uno no actúa un clown, uno lo es”, dice Rosa Salomón mientras se caracteriza de Lucrecia Vichenza, o mejor dicho, mientras el personaje va tomando vida, va despertando desde la dimensión donde habita la magia del circo. Luego de una metamorfosis kafkiana, aparece ella. Ahora sí, ya está presente y lista para ir a la plaza de Temperley, como todos los domingos.

Rosa Salomón es actriz, estudió con Antonio Bax, Norman Briski, Pompeyo Audivert y en el ENAD (Escuela Nacional de Arte Dramático), actualmente IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte). De su época de estudiante, recuerda la frase: «Lo atractivo de una obra es ser más real ella que la realidad que la vino a ver». Con su mochila cargada de varietés, convenciones de circo, personajes propios y ajenos, músicas, textos y vestuarios, hizo su camino propio para ser hoy una de las artistas más populares y queridas del conurbano sur.

Rosa conversó con Revista Dínamo y nos contó cómo es actuar en los espacios públicos, sus experiencias en los talleres con personas con capacidades diferentes y todos los secretos de sus personajes.

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Revista Dínamo: ¿Cómo nace tu personaje Lucrecia Vichenza?
Rosa Salomón: Lucrecia nace con Circo Espumante, espectáculo dirigido por Kevin Duplas en unas vacaciones de invierno en el 2010 en Temperley. Juana molina, La chilindrina, Niní Marshall y Zulma Lobato fueron grandes inspiradoras.

RD: ¿Cómo es el proceso de composición de tus personajes?
RS: El personaje esta en continuo proceso y va creciendo en cada contexto historia o circunstancia. Lucre nació en una función de circo y ahora anda como loca por todos lados y es única en cada espacio. Para crear cuento con mi información y observación. Por ejemplo, mi personaje La maestra, yo la vi en la sala de maestros, pero por otro lado, Lucre tiene mucho de mí. Para componer un personaje armo un cuestionario de preguntas o tal vez empiezo por un vestuario o música que me encante, que me estimule, un texto que me atraviese como los de Alejandro Urdapilleta. Una idea, una injusticia que debo gritar también son inspiradoras. Hay palabras, movimientos, maneras de caminar, de hablar que se van buscando, probando. Fijar una parte del cuerpo como una máscara, repetir una palabra que lo dice siempre el personaje. Un personaje vivo está vivo, construirlo sería matarlo. Es un proceso que se origina en el pasado, pero continúa aún en el presente.

RD: ¿Cómo es la experiencia de trabajar con chicos con discapacidades diferentes? ¿Qué te llevás para vos luego de dictar el taller?
RS: A los 22 años empecé a dar clases de teatro para personas con discapacidad y desde ahí no paré. La experiencia es única e irrepetible en cada encuentro. Me conecto con el sujeto, con la persona, luego con su discapacidad, su condición humana, con lo que sí puede, que no es poco. Hay que poner el cuerpo y el corazón todo el tiempo. Ellos me enseñaron que con tiempo, todo se puede. Cuando termina el taller con el saludo final y divertido, pienso qué bueno que me conocen a mí, una apasionada del teatro que les muestra en cada clase que se puede ser más que un discapacitado en esta sociedad, que el teatro transforma, te vuelven los deseos, las ganas de ser actor, cantante, un gran artista, y ahí la discapacidad queda a un costado. Me llevo la certeza de que es ahí donde tengo que estar y es mi responsabilidad compartir y mostrarles que el teatro es lo mejor que les puede pasar como espacio para comunicar, expresar, crear, jugar, imaginar, proyectar. El aplauso siempre es para ellos.

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RD: ¿Qué cosas valiosas rescatás de actuar en la calle? ¿Qué complicaciones o dificultades surgen?
RS: De la calle, todo es valioso. El imprevisto por ejemplo, la no obligación que tiene la persona de quedarse ahí a verte. Rescato que ahí se juntan todas las clases sociales, edades, religiones. Actuar en la calle, el colectivo o el tren es ir al encuentro con la gente, es un gran compromiso social y es una forma de llegar a todos. Cuando las salas de teatro no se sostienen con las historias que uno quiere contar, hay que salir. En la calle te ven más de lo que uno cree. Afuera, todo es verdad. Con respecto a las dificultades, la policía puede ser una, que pase una hinchada también, un borracho mala onda o un “loco” pero todo es bienvenido y digno de transformar.

RD: ¿Hace cuánto que estás en la plaza Espora de Temperley? ¿Qué significa la plaza para vos?
RS: En la plaza Tomas Espora de Temperley estoy desde agosto de 2012 .La plaza me dio la libertad que yo buscaba, una libertad física, psíquica y económica. La plaza los domingos es un gran compromiso social. Consecuencia de espacio que se cerraron por su mal trato laboral y condicionamiento. Voy a la plaza para tener la libertad de decidir y hacer, y que sea el trueno o la lluvia el único condicionante para dejar de hacer lo que hago. La plaza es una forma de reclamar y de comunicar lo que pasa, es encontrarse con la vida urbana, es necesidad pero también una gran decisión, una fiesta, un encuentro colectivo entre artistas y espectadores. El éxito depende de las pretensiones de cada uno, y una de las mías es ir a la plaza.

RD: ¿Recordás alguna experiencia memorable que rescates de tus actuaciones en la plaza?
RS: Una tarde actuaron Jorge, un hombre mayor ciego, y cuatro personas con discapacidad mental que al terminar su actuación obligaron a todos a comprar torta. Otro día que recuerdo es cuando vino una mujer, Ana, con su acompañante y su hijo. Me dijo que si estaba viva a la semana siguiente, volvería a la plaza, y ahora viene todos los domingos. Cuando vino La Momia a la plaza fue un gran momento también. Una vez vino la feria de las colectividades, entonces le pedí a la municipalidad que por favor ubiquen sus banderas en otro lugar, que respetaran mi horario y que a cero costo iba a ver función. Aceptaron con gusto. Ese día llegué tarde y ya estaban los carteles y las banderas de la municipalidad y mucha pero mucha gente. Seleccioné del público a un grupo de hombres, armé un desfile y detrás del telón les dije que desfilaran hasta arriba de las escaleras y trajeran los carteles y banderas, lo hicieron mientras yo tapaba otro cartel. Fue genial. La gente aplaudía mientras se reía. ¡Les robe los trapos! En la plaza no hay banderas.

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