La célebre magdalena de Marcel Proust cumple 100 años. Un gusto que transporta a lo profundo de la infancia. Aquellos momentos que se fueron, pero que de repente se sienten volver
Por Agustina Ordoqui
@agusinha
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Fue un día, de regreso a la casa de su madre en Combray, que el escritor francés Marcel Proust dejó caer un trozo de magdalena en el té. La mezcla de sabores lo estremeció. Su cuerpo emprendió un viaje de sensaciones a su infancia. Un placer en el paladar que recordaba a las tardes en la casa de su tía, a la felicidad de ese tiempo pasado.
Esa historia -tan simbólica sobre la evocación de las memorias- cumple este año un siglo de su publicación. El primer tomo de los siete que conforman En Busca del Tiempo Perdido, Por el Camino de Swann, vio la luz en Francia en el año 1913 de la mano de la editorial Grasset.
La magdalena de Proust es el fragmento más célebre de esta obra autobiográfica. No cabe duda. Y es que no hay persona que no se sienta identificada con ese torbellino de sentidos que implica hallar el pasado en el presente.
El perfume repicando en el aire de un ser querido que ya no está. Una canción que enaltece sentimientos de ayer. Un objeto (¿el osito de peluche favorito?, ¿un diario íntimo?) cargado de recuerdos que resultaron ser pasajeros.
El calor del rostro de quien fue el amado y abandonado. La degustación de una torta como la que cocinaba mamá, las pizzas de la abuela, los dulces robados al hermano. Una anécdota con los amigos que regresa años después.
El mundo está lleno de magdalenas y de seres humanos que las cargan de significado. La magia de Proust está en haberlo puesto en palabras, centenaria y exquisita combinación de letras y frases; en describir mejor que nadie esa catarata de intrigas que surgen al encontrar la madeleine y el goce de descubrir lo que simboliza.

–¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades?
–Intento hacerle aparecer de nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez la sensación fugitiva (…)
–Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquel, intenta seguirle hasta llegar a mí. (…) ¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser?
–Y de pronto el recuerdo surge…

(En cursiva, fragmentos del libro)
Foto portada: À la recherche du temps perdu, de Agustina Ordoqui, marzo de 2010, Salta (con derechos de autor)

