En el documental Nuestra América, Kristina Konrad muestra con la historia de dos mujeres guerrilleras cómo la revolución sandinista quedó reducida a un recuerdo nostálgico 20 años más tarde

Por Agustina Ordoqui
@agusinha
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Es 1985 y la revolución sandinista está en su esplendor en Nicaragua. Allí hay sueños en gestación. Sueños de un país distinto, con mayor igualdad y justicia social, en el que los dueños de la tierra no fueran unos pocos y en el que todos tuvieran una oportunidad.

20 años más tarde, de todo ello lo que queda es un recuerdo y una idea desdibujada. Así lo comprueba con estupor y desilusión la realizadora suiza Kristina Konrad, quien viajó de joven a una Nicaragua en ciernes y volvió tiempo después a una Nicaragua neoliberal, desmovilizada y desigual.

“¿Dónde está Nicaragua? El país que es lo que no quería ser y que no es lo que pudo ser”. Esa es la reflexión central de Nuestra América, documental de Konrad hecho en 2005, luego de ese regreso no triunfal al centro caribeño.

Konrad sigue el rastro de dos mujeres guerrilleras, que habían peleado en el batallón Verónica Lacayo. Eran jóvenes, tenían ideales y estaban dispuestas a luchar por ellos. “Fue muy difícil, porque no tenía sus nombres. Fui buscándolas con fotos y preguntando. Solo sabía dónde habían participado”, contó la directora a Revista Dínamo.

“No son los muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría; muertos son los que tienen muerta el alma y aún viven todavía”, decía de memoria una de ellas, citando un poema de Rubén Darío. “Las mujeres demostraremos que podemos luchar. Le haremos frente al machismo”, sostenía la otra con orgullo.

Si la cruda realidad de Nicaragua no se evidencia en la pérdida del cáliz revolucionario cuando se llega a una Managua repleta de pobreza y decorada con carteles de McDonald’s y Pizza Hut, el testimonio de las dos chicas simboliza, casi sin quererlo, lo que sucedió décadas más tarde.

Konrad las encuentra. Se llaman Magaly y Cecilia. La primera, defensora de los derechos de las mujeres, se convirtió en una abogada. Tiene cuatro hijos, a los que nunca les había revelado su pasado como guerrillera. El más chico hasta cuenta con vergüenza que no le gusta la guerra porque “mueren personas”.

Por su parte, la que cita al poeta nicaragüense devino en una vendedora de los cosméticos Avon, y apenas le alcanza el dinero para llegar a fin de mes. “¿Quiénes eran los muertos?”, le pregunta Konrad, recordando la frase de Darío, que parecía referirse más bien a quienes no luchaban. La respuesta toma un giro. “Los muertos éramos nosotros”, reflexiona, casi como arrepentida.

El documental Nuestra América, presentado en Buenos Aires a principios de diciembre durante la antesala del Festival Internacional de Cine Documental (FIDBA) que se realizará el año que viene, no pretende explicar por qué Nicaragua y sus jóvenes revolucionarios acabaron así. Solo busca mostrar un escenario con dos tomas distintas e invitar a pensar.

“Nicaragua, tan violentamente dulce”, describía Julio Cortázar, quien con su cuerpo, puño y letra defendió al Frente Sandinista. Una Nicaragua de la que solo queda la memoria y la nostalgia.

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