Ernest Hemingway «pateó» mundo. Lo hizo él como corresponsal; lo hicieron sus libros en tanto piezas universales de la literatura. Fue en la ciudad francesa donde experimentó un amor irresistible, un vínculo romántico y abstracto
Por Agustina Ordoqui
@agusinha
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“Tu m’ appartiens et tout Paris m’appartient, et j’appartiens à ce cahier et à ce crayon”, pensaba el estadounidense Ernest Hemingway en un café perdido en los alrededores del boulevard Saint-German De Près, mientras observaba a una joven que se había sentado en otra mesa y él buscaba inspiración para su siguiente relato.
“Tú me perteneces y todo París me pertenece, y yo pertenezco a este cuaderno y a este lápiz”, esa idea rodeaba su cabeza antes de enfrascarse de lleno en su trabajo. Escritor y periodista, apenas le alcanzaba para pagarse su alquiler sobre la calle de Cardinal Lemoine al 74.

Hemingway llegó a París de una forma casual en medio del período de entreguerra. Después de participar en la Primera Guerra Mundial, volvió a Estados Unidos para traslardarse en 1922 a la Ciudad de la Luz como corresponsal del diario canadiense Toronto Star. Eran años duros en Europa y para él y su esposa Elizabeth el día a día podía ser una odisea.
En su pequeño departamento, no tenían agua caliente, ni baño. Debían llevar la comida encima, guardada en sus abrigos para evitar que se les congelara cuando era invierno. Al sentarse en un café, no podían permitirse beber más que un par de tazas.
Durante su estancia en París, Hemingway recorrió Europa por su trabajo como corresponsal. Pero siempre regresaba a la ciudad, por la que ya profesaba un amor, a veces mezclado con odio y otro poco de nostalgia. Amor, en fin, como la mayoría de los seres humanos lo experimentan.
“Paris ne fut plus jamais le meme. C’était pourtant toujours Paris, et s’il changeait vous changiez en meme temps que lui”, le dedicaba con cariño Hemingway cuando debió abandonar por primera vez ese lugar amado para radicarse en Austria.
“París nunca fue la misma. Pero era, sin embargo, siempre París, y si ella cambiaba, tú cambiabas al mismo tiempo que ella”, reflexionaba. En la década del 20, cuando se instaló allí, conoció y se unió a la llamada “generación perdida”, la misma a la que pertenecían Gertrude Stein, F. Scott y Zelda Fitzgerald, Ezra Pound y Sylvia Beach, la fundadora de Shakespeare and Company.

En esa librería, ubicada cerca del Odéon, Hemingway buceó en búsqueda de las novelas de James Joyce y de H.D. Lawrence, libros que se llevaba de palabra porque no tenía dinero para comprarlos, ni para hacerse socio. La amistad con Beach creció día a día y hoy el lugar rinde tributo al escritor, entre muchos otros artistas que pasaron por sus puertas.
Para Hemingway, París fue un fête, y así lo dejó claro cuando escribió A Moveable Feast, obra póstuma que recién vio la luz en 1964, tres años después del suicidio del autor. Allí, mediante relatos cortos, recuerda cómo fue esa época que marcaría la historia de la literatura.
En París, se puede respirar Hemingway y, en buena parte de su obra, se puede respirar París. Estar allí y caminar por la rue Mouffetard, después de bordear Cardinal Lemoine, pasar por el liceo Henri-IV y la iglesia de Saint-Êtienne, cruzar la plaza ventosa del Panteón y perfilar para el boulevard Saint-Michel, tal como hacía casi todos los días el escritor, genera un sentimiento difícil de igualar.

Saint-Êtienne

Plaza del Panteón
Fotos de París: Agustina Ordoqui (con derecho de autor)
Fotos de Ernest Hemingway: Paramio.com
Notas relacionadas:
La librería más famosa de París
Fragmentos: Hemingway, Ernest: Paris est une fête, 1964, Ed. Gallimard.

