Luces de libertad es una de las obras de teatro en las cuales los ojos salen del foco de la escena y entran a jugar, absolutamente, todos los sentidos al mismo tiempo.
Por Romina Bianchi

“Por favor, cada brazo estirado en el hombro del compañero de adelante mientras los llevo a sus asientos. Aviso que a algunos le traspirarán las manos, las mujeres comenzarán a reírse sin saber por qué lo hacen y todos querrán ver algo que no van a poder.” Así previene el amable presentador antes de asomarse a la sala donde los videntes y los que no lo son retozan en un papel de igual a igual: a ciegas.
Cuando los pies caminan pegados uno al otro para tratar de sentir lo que pisan, los ojos se esfuerzan por tratar de ver una gota de luz imposible. Entretanto, algunos espectadores se echan atrás y llaman al idóneo de la oscuridad para que los guie hacia la luz, o sea afuera. Pero en medio de la ansiedad, se escuchan unos bombos (y por costumbre el cuello gira para mirar de dónde viene el sonido), la imaginación comienza a volar, e incluso las voces llaman a especular sobre la silueta del personaje, la textura de su piel toma forma y el espacio se concibe como se tenga ganas de sentirlo dentro del cerebro.
El aroma del campo, el ruido del agua cuando un posible prócer nada en medio del rio y las negras lavanderas, aún esclavas, pasan el jabón a la ropa del amo. La fragancia a canela penetra por las fosas nasales, mientras las damas toman su aperitivo y los hombres discuten la posible independencia. La lluviecita con perfume a libertad se denota en la piel, justo en el sitio histórico de Buenos Airea. Todo queda registrado y, en especial, consigue observarse lo que muchas veces no se puede en el teatro convencional. Eso es lo que ves cuando no ves.
Más información: Centro de Teatro Ciego Argentino

