Se trata de un lugar de expresión en el más amplio sentido de la palabra y el cuerpo.
Por Romina Bianchi
Encontrar abundantes manifestaciones jóvenes en un solo lugar a veces parece complicado, pero en el barrio de San Cristóbal, con solo llegar a la puerta del teatro, puede observarse la calidad artística de quienes mantienen un proyecto a pulmón para todo público dispuesto a salir de la rutina del típico drama, de la clásica caja boba y del común denominador que mueve a la mayoría de la gente: la agenda de los más allegados medios de comunicación.
En el Teatro Mandril, conviven clowns con narices de payaso, pícaros, simpáticos y gentiles a la hora de brindar la bienvenida a los espectadores. También trapecistas – que parecieran vivir arriba de esa barra- consiguen hacer volar la imaginación de quienes se atrevan a no poner las manos sobre los ojos en el momento de las piruetas más atrevidas, en especial, para los normales que jamás innovaron en una vertical sin caerse. Para más, hay chicas enredándose en telas como si fuesen parte de ella y músicos en vivo llevando el swin de las jornadas circenses.
En las noches pueden disfrutar de distintas obras de teatro, conciertos, fiestas, muestras de diversos artistas plásticos y fotógrafos, dispuestos a desafiar el frío invernal. Y durante las tardes los mandriles convidan su lugar para enseñar acrobacias y malabares, entre otros talleres, a quienes disfruten de los colores del under.
Dirección: Humberto 1º 2758