La serie televisiva Borgen cuenta la historia de Birgitte Nyborg, política danesa del Partido Moderado. Los altibajos de una líder política que llega a ser primera ministra
Por Julieta Marucco
@JulietaMarucco
La serie Borgen nos muestra, a los que estamos acostumbrados a gobiernos presidencialistas, cómo es un gobierno de coalición, característico en algunos países europeos. Pero no solo eso. También plantea su insalvable límite.
Saber leer el escenario
Birgitte Nyborg, convertida en primera ministra, baja sonriente de su bicicleta e ingresa al Palacio de Christiansborg, un castillo mezcla neoclásico y neobarroco ubicado en Copenhague, donde se deciden las políticas en Dinamarca. El edificio alberga los tres poderes, por tanto, allí trabajan, discuten y negocian todos los partidos políticos. Antiguamente, este palacio era utilizado como residencia real. Hoy solo la realeza utiliza algunos salones para eventos especiales.
¿Cómo la líder de un partido moderado, con unos pocos escaños en el Parlamento, consiguió que la eligieran como primera ministra? ¿Llegará al fin el momento de grandes transformaciones en Dinamarca?
En la primera temporada, Birgitte aprovecha un debate televisivo. Se muestra espontánea, serena, profesional. En cambio, el líder del Partido Laborista lanza un ataque personal hacia el primer ministro, del Partido Liberal. El líder del Partido Laborista sabe que la esposa del primer ministro ha utilizado dinero público para saciar su adicción a las compras. El primer ministro, que va por su reelección, recibe el golpe. Los periodistas y productores del canal, como una traílla de perros hambrientos, olfatean que la información es cierta y deciden continuar. Un debate político termina en un show que enorgullece al director de noticias. Sin embargo, el público apuesta en las urnas por la profesionalidad y la moderación.
Esta posición crítica al gobierno, y a la vez moderada, es lo que le permite a Birgitte aumentar los escaños para su partido. A partir de los resultados electorales, comienza la negociación entre las fuerzas políticas por el cargo de primer ministro y el reparto de ministerios. La derecha, a pesar de lo que sucede con el debate y con la muerte de un asesor, tiene un líder todavía fuerte, Hesselboe, el saliente premier. La centroizquierda tiene bastante poder pero, tras la crisis del Partido Laborista, carece de un líder fuerte. Esta silla vacía claramente puede ser ocupada por Birgitte. Su amigo Ben, viejo animal político, lo ve. Así es como Birgitte Nyborg se convierte en primera ministra.
La disputa por el poder
La nueva primera ministra, apenas pone un pie en el palacio, empieza a tener problemas de toda naturaleza. Con empresarios que hacen lobby, disputas entre sus ministros que pertenecen a los distintos partidos que integran la coalición, etcétera. Y todo lo que hace y resuelve sirve para sostener un gobierno que no puede llevar a cabo los puntos programáticos que tenía previstos. Birgitte sacrifica a su familia y se pelea con su mejor amigo por muy poco. El nuevo gobierno que le había prometido a Dinamarca, lejos está. Suena lógico: la moderación suele ser buena para algunas cosas de la vida, pero no para una transformación política de envergadura.
El problema de los gobiernos de coalición
Ocurre que los gobiernos de coalición con grandes diferencias programáticas surgen cuando hay crisis, cuando la ciudadanía no le confía a ningún partido político el timón. Y si a nadie se le confía el timón, no hay una dirección clara. Entonces, en primer lugar, asistimos al nacimiento de un gobierno débil que no tiene un programa común.
También es sabido que cuando se aplican dos fuerzas de una misma intensidad en sentido opuesto, la fuerza neta es cero. Es decir, si en un juego de cinchada los que tiran para un lado y los que tiran para el otro lo hacen con la misma intensidad, el pañuelo del medio va a quedar en el mismo sitio. Si en un gobierno de coalición se tira en distintos sentidos y queda inmóvil, es una muerte anunciada. Solo sirve de sostén de la situación hasta que se desarrolle un nuevo escenario.
Otra cosa que podría ocurrir es que uno de los lados tire más fuerte de la soga. En un mundo capitalista los gobiernos que no han dinamizado a las masas, es decir, aquellos gobiernos que no se respaldan en las masas movilizadas –movilizadas significa un respaldo más vivo que el voto- no van a poder ganarle la pulseada al capital, aun cuando se quiera. Solo les queda seguir la dirección que el capital les marque.
¿El fin de las ideologías?
Nyborg había manifestado en el primer capítulo de la serie, en el debate, que liberalismo y socialismo son palabras del pasado, y que por eso ella propone una posición moderada, de centro, lo que podría entenderse como los cimientos para una “democracia pluralista”. Ahora bien, si desde su óptica el liberalismo y el socialismo no tienen vigencia, ¿cuál sería el sentido de discutir con algo caduco? Si solamente lo actual es el centro, ¿dónde está el pluralismo?
Sucede que muchas veces, bajo el anuncio del fin de otras ideologías, se puede apoyar la tesis del fin de la historia, es decir, a aquella ideología que no quiere discutir el sistema, solo sostener su lógica. En este marco es claro que Birgitte no discute el sistema, discute su posición dentro del sistema. Es por eso que en la tercera temporada, como representante de los Nuevos Demócratas, un partido que surge de la fracción del Partido Moderado, decide apoyar a Hesselboe y a su gobierno de coalición de derecha. Y aunque en la serie buscan darle una justificación noble a la decisión, se evidencia que Birgitte es capaz de acompañar a un gobierno con programas políticos muy diferentes.
Es por eso que, cuando Birgitte llega al gobierno, no puede hacer muchos cambios dentro de la política nacional, porque entiende que su deber es sostener un sistema. Y cuando cumple otro rol debe conformarse con apoyar a un gobierno con otros principios, también por el mismo motivo.