Según la OIJ, uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos no trabaja ni estudia. En Costa Rica, para no ser excepción, el desempleo juvenil y la venta ilegal de droga van de la mano.
Por Bruno Sgarzini
Las plantaciones de bananos emplean gente por temporada. Las heladerías funcionan en verano. Los diputados y senadores sesionan en un periodo determinado. Ellos, en cambio, trabajan en la temporada turística. Principalmente cuando hay más auge de gringos, la especie más codiciada por estos lares. Sal, pimienta y chau plata. Sin cargo de conciencia y con una falsedad que sobrepasa a una colecta de famosos por el hambre en África.
Montezuma es una de las más de diez playas de Costa Rica que se maneja de esta manera. Algunas tienen otras atracciones. Jaco y Tamarindo son famosos por ser el centro de los hombres de mediana edad que andan en busca de una Thalia y una Beyonce latina. Claro que cada show cuesta lo que una recreación de una escena desenamorada de Romeo y Julieta.
Pero más que un tipo de manejo, lo que tienen en común todos los lugares es la mano de obra que se emplea en la venta minorista de droga: jóvenes que provienen de San José y sus alrededores. Algunos se cansaron de la ciudad, otros se pagan así sus vacaciones y unos cuantos no están en ningún plan de vida.
De día venden. De noche venden. De día en la playa. De noche en una esquina. Es su única preocupación. Tres veces, cuatro veces por cuadra puede ser lo que le pregunten a un turista si quieren “un poco de mota o de perico”. Es que, como dice uno de sus ex compañeros, “viven de vagos”.
Su cueva
Montezuma es un paraje de esos a los que uno va de mochilero, sino no va. Servicios y transportes, bien gracias, nos vemos mañana. Unas tres cuadras de negocios y hoteles son lo único que separan de un paraje desértico del pacifico centroamericano. Está formado por dos mini playas dividas por una pequeña formación rocosa. Una se llama Grande, la otra Chancleta.
La primera está debajo de un camping, un gran conjunto de arboles y una pequeña montaña que da lugar a un camino que desciende de a poco sobre el centro del pueblo. La otra está después de la ciudad y sobre el final de las construcciones. Se ubica debajo de un grupo de cinco hosteles que poseen un patio que es de arena y mar.
Mientras se va de compras, al mar, a caminar, comprar droga, vender droga, fumar uno en la playa y sacar plata para comprarse más tarde algo se puede escuchar el alarido de un orangután. Similar al que aparece antes del humo negro que acecha a los personajes de Lost. Es alucinante lo subliminal que puede ser escuchar eso en una noche estrellada sobre una hamaca con vista al mar.
Los diez
Eso de que los hoteles están sobre el final de Montezuma es una verdad a medias, un análisis darwiniano, un dato pequeño que un noticiero generalizaría. Después existen cuatro carpas bajo la sombra de los arboles que anteceden al ingreso a la playa ubicadas en forma de campamento.
Los diez tipos que viven ahí cambian baño por limpiar el piso de alguno de los hosteles. Comen de lo que ganan en la venta de drogas. Obvio que también le hacen espacio a sus vicios personales. Siempre están bien predispuestos con los turistas extranjeros.
También tienen códigos. El que tocó, tocó. Nada de robarse clientes entre ellos. Por eso es que cuando viene un flaco de tez morena, la cosa no es amistad y sonrisas. Sólo miradas despectivas y caras de seriedad. Mientras el forajido camina, el cuchicheo es infernal. El “Mae, este quién pinche es?” y “El uijo de puta no nos va a sacar ni mierda” son moneda corriente en esa charla entre dientes afilados.
En esa escena a su lado pasan dos, tres, cuatro, cinco, seis ovejitas. Su ida es el cajero. Su vuelta es el bolsillo de uno de los diez. Si eso no se da a la tarde, será a la noche en la charla entre chelas (cervezas) y humo. Ahí los anglosajones conversan en inglés así que nadie usa su lenguaje madre. Se les brinda comodidad, espacio y confianza para que los visitantes se sientan amigos. Ese, mi amigo, es el momento del golpe. De la venta. Fingen. La ficción es Hollywood y el Oscar es su meta.
El uso
El coronel se plantea una nueva premisa para luchar contra el narcotráfico. Sabe que es uno de los problemas más difíciles de resolver. “Se necesita una bolsa que oculte a las drogas para perseguir el problema”, afirma. Sus subalternos lo miran con asombro y acatan la idea conceptualmente. Así en la serie The Wire se plasma una idea alternativa: establecer un lugar en el que las drogas sean de venta legal para perseguir el narcotráfico.
Los libros Gomorra y Mc Mafia , por otro lado, hablan de como el negocio paso a fundarse en los conceptos del libre mercado basado en inundar con su “producto” todos los lugares posibles a través de los vendedores minoristas. Montezuma es una mezcla de las dos ideas plasmadas en Latinoamérica.
Sin persecución y sin guerras es posible que el mercado aproveche a una parte de los 68 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años que carece de trabajo. Eso es una burbuja, un experimento que funciona y funciona hasta que la rentabilidad dice basta. Mientras los diez caballeros recolectan para la corona y los castillos se reproducen en todo el continente.
Desempleo juvenil en Latinoamérica
El 19,5 por ciento de la población en América Latina tiene entre 15 y 24 años, según la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ). De este estudio se desprende también que uno de cada cuatro jóvenes no estudian ni trabajan. La organización Mundial del Trabajo (OIT), por su lado, afirma que el desempleo juvenil en zonas urbanas es del 17 por ciento.
«La incapacidad para encontrar empleo crea una sensación de impotencia e inacción entre los jóvenes que puede conducir a un aumento de la delincuencia, de los problemas de salud mental, de la violencia, los conflictos y el consumo de drogas», señala el informe de la OIJ.