¿Cómo es bailar a oscuras? Pablo Ugolini, profesor de tango ciego, contó a Revista Dínamo en qué consiste está increíble experiencia

Por Carla Froy
@CarlaFroy

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Negro. Todo es negro. Parece que la noche duerme allí adentro, entre cortinas de terciopelo y velas casi consumidas que se encienden quién sabe cuándo. Hay mesas y sillas de madera sencillas que ocupan la mitad de la sala. ¿Para qué más? Si nadie puede verlas, tan sólo tocarlas. Basta una luz tenue que alumbra el contorno de nuestros cuerpos, aunque en un rato también van a apagarse.

La oscuridad tiene mala fama por presentarse como la suma de todos los miedos, pero en aquel lugar escondido del Abasto porteño representa la huida perfecta de los fantasmas cotidianos. “Este espacio sirve como terapia. La gente viene cansada de los ruidos de afuera y cuando llega, hace la entrada en calor y comienzo a escuchar bostezos. No porque estén aburridos sino porque se relajan. Es como un búnker”. Así lo define Pablo Ugolini, el profesor que dicta las clases de tango ciego en este mágico sitio de la calle Zelaya.

No existe más secreto que la confianza, ése es el primer paso requerido para ingresar: una persona guía a los alumnos (o espectadores) al interior del salón formando una fila ordena y tocándose los hombros. Similar al agujero por donde cae Alicia, la incertidumbre hace de los tropiezos lo más común, pero la práctica orienta a los memoriosos. El cuerpo tiene memoria y, precisamente, se trabaja para explotar aquellos sentidos que no están muy entrenados: oído, tacto, olfato e incluso el gusto. “En la clase, entran y salen en la oscuridad total y nunca vieron donde estuvieron”, describe Pablo.

Todas las primeras veces resultan traumáticas, eso es casi tan verídico como la ley de gravedad, y para quienes debutan en ese espacio los nervios sobran. “Al principio se les da una serie de directivas para que se adapten, aunque parecen sonámbulos por los brazos extendidos”, relata el docente. Los ejercicios de adaptación tienen el objetivo de que se atrevan a moverse “como si estuvieran en la luz”. Hasta cruzar la habitación en diagonal de izquierda a derecha se transforma en una de las tareas más complicadas donde abundan los choques… y también las risas.

Vencer los nervios es una de las principales metas que plantea la clase: “La idea es que se liberen porque la oscuridad hace todo ameno. Te reís de tu propio error y sólo está la voz de cada uno y la interacción en el espacio. En la calle te chocás con alguien y pedís disculpas, acá estallás en carcajadas”. Así, la oscuridad se convierte en el asilo perfecto: lejos de inspirar temores, es el lugar ideal para hacer del ridículo el mejor aliado. En este aspecto, los ciegos desempeñan un rol fundamental ya que incluso ayudan desde su propia experiencia a que el resto de los estudiantes se adapten.

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No hay más derecho de admisión que el propio porque hay que romper con los prejuicios y animarse. Para aquellos que no saben bailar tampoco es un problema: todo se aprende y eso es lo que el profesor quiere transmitir. “Cuando los tomo, sé qué están haciendo bien y qué no, me doy cuenta por la forma en que ponen sus pies y otros factores”, explica Pablo. El público, al igual que los alumnos, ingresa con las mismas expectativas, sólo los más chicos que no resisten el cansancio se duermen (también seducidos por el entorno que los invita a relajarse). La curiosidad es el motor humano y descubren los encantos de un mundo al que de pequeños, muy probablemente, le temíamos. Dormir con la luz prendida siempre es un habitué. Sin embargo, para quienes entran a este lugar, la oscuridad los abraza.

“Cómo”: el comienzo del ovillo

La aventura comenzó ocho calendarios atrás, cuando el director del teatro, Martín Bondone, le propuso a un joven docente de tango el desafío de enseñar sin luz. Los ojos, para este caso, no eran necesarios. El gran interrogante era “cómo”, es decir: inventar una nueva técnica pedagógica para transmitir los movimientos propios del tango pero transmitiéndolos exclusivamente por medio del habla. Muchos dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pero aquí había que desmenuzar en palabras la performance que no podía ser imitada con la mirada.

“Acostumbrado a dar clase con luz, me manejaba con lo visual para que me copiaran y me siguieran. Y así daba las directivas: ‘Hagan este movimiento’, pero tuve que modificar cosas”, cuenta Pablo, quien desde esa ocasión empezó a practicar con Giuliana, la otra profesora de la clase, en la oscuridad absoluta. La tarea llevó más de un año, pero la lograron a la perfección. En el camino sobraron dificultades, sin embargo él siempre estuvo seguro de que podía hacerlo.

El joven cordobés se define como un amante de la enseñanza que no teme admitir que desconoce ciertas cuestiones para luego redoblar la apuesta y buscar una vuelta de tuerca, tal como ocurrió con el espectáculo A ciegas. “Sacando las ventajas de lo visual, yo me preguntaba ‘¿Qué pasa si hoy me quedo ciego? ¿Puedo seguir dando clases de tango? Sí, puedo’, esa es la respuesta. Mayormente las personas se desesperan cuando pierden la vista, piensan que lo pierden todo pero no es así”.

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Cinco Preguntas básicas
Qué: Clases de tango ciego
Quiénes: Pablo Ugolini y Giuliana Fernández
Dónde: Zelaya 3006
Cómo: En la oscuridad
Cuándo: Todos los miércoles a partir de las 19:30. No se necesita inscripción previa. Consultar precios
Por qué: Siempre es necesario divertirse

¿Qué hacemos el finde?
A ciegas gourmet: espectáculo con cena en la oscuridad
Luces de libertad: obra histórica ambientada en la Revolución de Mayo
Mi amiga la oscuridad: dedicada a los más chicos
Babilonia FX: policial a ciegas
*Consultar horarios de funciones

Fotos: Facebook