Las Vegas resulta inabarcable para los ojos. Venecia, París, Nueva York y más se reúnen en un solo lugar, en el que hay y pasa de todo. Las películas estadounidenses tienen razón; es la ciudad del descontrol, los excesos y los contrastes

Por Agustina Ordoqui
@agusinha

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What’s happens in Vegas, stays in Vegas. El famoso anuncio publicitario, que rápidamente se convirtió en el slogan cliché de todo aquel que pisara la ciudad norteamericana, preanuncia una carta libre a la diversión descontrolada sin consecuencias. Las películas estadounidenses se encargaron de popularizar esa idea y hoy en día no hay persona que ponga un pie en Las Vegas con la esperanza de vivir increíbles aventuras y volver a casa repleto de anécdotas.

Al llegar, es imposible no sentirse maravillado y creer que todo eso que dice Hollywood es realmente posible, aunque lo primero que uno nota es que es una ciudad de grandes contrastes. El Strip, caótico y estridente, está inserto en medio de un desierto en el que –literalmente- no hay nada. La imponencia de los hoteles gigantescos choca con la gran cantidad de mendigos que hay en los puentes para cruzar de vereda a vereda.

Hombres de traje listos para entrar a una convención, mientras chicas y chicos borrachos corretean semidesnudos entre los autos festejando su mayoría de edad y una limosina con las ventanillas bajas muestra una fiesta rodante. Tampoco faltan los Mickey Mouse más famélicos que los de la rambla de Mar del Plata, fumando cigarrillos sin siquiera sacarse la cabeza del disfraz en un lugar donde los niños brillan por su ausencia.

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Las Vegas está lista para todo lo que uno quiera hacer. Es muchas ciudades en una. Para navegar en góndola, admirar la Piazza San Marcos o el Puente de Rialto, está el hotel Venetian, que tiene la gran ventaja de que los canales no huelen mal con en la Venecia original. Redoblando la apuesta italiana, está la Fontana di Trevi, en la que se puede tirar una moneda para volver a una falsa Roma.

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Como París está del otro lado del continente, hay una pequeña Torre Eiffel y un Arco del Triunfo que no tienen nada que envidiarle a los verdaderos. Por otro lado, en el Luxor, se puede hacer una visita arqueológica al antiguo Egipto, entre pirámides y esfinges de yeso. Un par de cuadras más y aparece la Estatua de la Libertad.

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Es todo tan artificial y tan real a la vez que en los grandes complejos para ir de shopping –también temáticos e inmensos, que resultan inabarcables- siempre es de día, pero con momentos de amanecer y atardecer y con nubes incluidas. Para dejarlo más en claro, al lado del Venitian, está el museo de Madame Tussauds, con figurillas de cera de los famosos. Más y más imitaciones…

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Una mención aparte merecen los casinos. La premisa pareciera ser que si el turista no va al casino, ruletas, croupier y fichas irán al turista. Antes de retirar las valijas del aeropuerto, los tragamonedas ya están esperando con sus luces de colores para que el viajero tenga su iniciación.

Por los contrastes, por lo cosmopolita y lo sorprendentemente bizarra, y a pesar de vivir de las imitaciones y de ser una exaltación constante al consumismo, Las Vegas termina siendo única y divertida. ¿Si vale la pena ir? Sí, claro, si total todo queda allá.

Fotos: Agustina Ordoqui