En Argentina todavía rige un código minero que les permite a las empresas volver a los tiempos coloniales sin generar actividades a largo plazo que eviten los pueblos fantasmas ni tampoco la reinversión en otros sectores productivos.

Por Bruno Sgarzini
@brunosgarzini

La minería debería tener básicamente como fuerza impulsora, a las necesidades de las sociedades de transformar recursos naturales en bienes y servicios de los cuales valerse para satisfacer sus demandas respetando lo máximo posible al medio ambiente”, Ariel Testino, master en Gestión y Audioria ambiental.

Rebota contra la ventana de madera de una casa despintada y sigue su recorrido por una calle donde lo que sobra es asfalto y lo que falta es gente, en el camino no encuentra a nadie aquien molestar, a nadie a quien perforarle el oído con su zumbido.

Es que hasta al viento le cuesta buscar una persona a quien despeinarle el pelo en este recoveco de la Patagonia, que alguna vez utilizó sus faroles incandescentes para iluminar la vuelta de ese obrero minero que hoy se esfuma por el viento del presente.

Sierra Grande, Río Negro, significa esto y mucho más y, aunque continúa siendo el paso obligado para viajar de costa a costa, sus casas abandonadas, sus calles vacías y espacios llenos de tiempo son el vivo recuerdo de una actividad que como vino se fue.

De 1969 hasta 1991 fue el reino de la extracción de hierro gracias a sus 214 millones de toneladas de reservas pero el ex presidente Carlos Menem decidió que era hora de cerrar ese emprendimiento que “daba perdida al Estado”, paradigma que, como el viento, recorrió a toda la Argentina durante esos años.
Hoy una empresa china pretende volver a lo que alguna vez fue para extraer lo que todavía está oculto en las cuevas que también alguna vez se usaron para hacer viajes turísticos hacia “el centro de la tierra”, pequeño emprendimiento turístico que Julio Verne sacó de su imaginación para quien lo quisiera ensuciar a su manera.

Pero los diez mil habitantes que en un tiempo llenaban la ciudad de murmullos y pasos hoy son seis mil. La prosperidad se voló a otro lugar como un pájaro que divisa un nuevo árbol en el que pararse, las chispas de la fantasía regresaron a la galera y avisaron a las palomas que era hora de irse.

No fue el cianuro, no fueron las explosiones, tampoco la contaminación de los ríos ni las enfermedades cancerígenas. Fue el fondo de todo lo otro, fue el contexto del libro lo que provocó que esa minera dejara un pueblo fantasma detrás de sí antes de que se inventara lo que hoy muchos denominan megaminería.

El final de Sierra Grande fue el inicio de un sistema de leyes que no modificó el error sino que lo profundizó. Más sacar afuera lo no renovable como antes hacían en Potosí, y hoy trabajan en Andalgalá, Catamarca. Sin ningún tipo de previsión sobre cómo reinvertir los recursos para generar algo viable más allá de la frontera de los quince o veinte años de cada proyecto extractivo.

Los datos vuelan con el viento y afirman que las multinacionales mineras obtienen utilidades por 25.035 millones de dólares (2011) pero no generan actividades alternativas ni industriales que vislumbren un ocaso sin nubes.

Un informe de la Pastoral Social de Bariloche indica que las multinacionales se dedican solo a construir rutas, hospitales, capacitar en minería a los locales, generar “conciencia ambiental”, realizar huertas, y otras tantas actividades que sirven para intentar ganar la sonrisa de los pobladores cercanos a sus emprendimientos. Así su “supuesta bondad” se vuelve una película que tiene los días contados en la cartelera.

Incluso sí se sacan las mamushkas de esa “verdad empresarial” se encuentra datos como que el sector emplea a 40 mil personas en todo el país, el 0,06% del trabajo argentino, y aporta el 0,43% de la recaudación nacional, según datos del periodista económico Alejandro Bercovich.

Pero lo más grave es que el país no consume ni el 10% de los metales que produce.

Es que el menemismo fue un hombre despechado que se disfrazó de obrero para romper a mazazos cada pared, cada artefacto y cada azulejo de su propia casa. Así utilizó la política de dividir todo lo que sea público para que no tuviera manera de enfrentarse al mercado. Por eso le dio a las provincias la responsabilidad de encargarse de negociar cómo debían ser explotados sus recursos naturales.

Pero antes decidió que había que crear un clima de inversiones en el sector. Exenciones impositivas, sí, deducción de sus gastos ambientales, sí, límite de regalías en 3%, sí, estabilidad fiscal por 30 años, sí, posibilidad de enviar el 100% de sus utilidades al exterior, sí, obligación de definir sus costos para definir los tributos fiscales sin que nadie se entrometa, sí.

Sí las compañías se pudieron cargar a un presidente australiano que intentó subir el valor de las regalías que pagaban, no es dificil tirar una nube al aire para imaginar que los chirridos de Sierra Grande se escucharan en los pueblos que hoy “son prosperidad”.

El Potosí colonial vuelve moderno, aggiornado a los tiempos, se perfuma antes de cada entrevista, y propone una línea divisoria entre desarrollo y ambientalismo bobo. Le discuten el cianuro, le cuestionan la última consecuencia, no señalan el bosque sino el árbol.