El que la tarjeta SUBE tenga información personal horrorizó a los usuarios que viven en el mundo de las redes sociales, donde todo se comparte y poco se reserva a uno. ¿Paradoja?

Por Agustina Ordoqui
@agusinha

Que en una sociedad donde la algarabía por las redes llega al punto de la adicción, según dicen algunos, y el mostrar y el compartir son parte de la vida cotidiana, resulta al menos paradójica la gran preocupación reinante por los datos que tiene la tarjeta SUBE.

El Sistema Único de Boleto Electrónico, como dice su nombre, unifica el medio de pago del transporte urbano. De acuerdo con la versión oficial, busca ahorrar dinero público, dado que se subvencionará al pasajero y no a las compañías. El anuncio por parte del Gobierno nacional sobre el fin del subsidio a quienes no usen la tarjeta despertó una fiebre de colas a primera hora de la mañana para retirarla.

Pero, a la par, surgieron las críticas. “Es innecesario que incluya el documento y los datos personales”, bramó una horda de opinólogos. “Vigilan nuestros movimientos” o “Con la carga de crédito, se está financiando al Estado. El Gobierno hace caja con nosotros”, deslizaron otros.

¿Es tan así?

Es respetable que un usuario se resista a dar más datos que los que desea. Pero esto no es solo un problema de la SUBE. Algo burdo, como cualquier promoción del supermercado, implica dejar información personal, que pasa a engrosar la base de los clientes. Las compañías de cable, de teléfono u otros servicios también la tienen. No somos anónimos, ni podemos serlo, aunque queramos.

¿Vigilan nuestros pasos? No más que lo que puede hacer un banco, que registra cuánto poder adquisitivo tiene cada persona a partir de sus ingresos y de sus gastos, según el lugar del mundo, el tipo de tienda o la frecuencia con que se pase la banda magnética de la tarjeta. O sea, peor.

El sentido común parece indicar que no está bien que una entidad –pública o privada- sepa que alguien se tomó el colectivo 55 desde Pacífico hacia algún destino indeterminado, pero sí que tenga un minucioso detalle del modelo de bombacha que compró en el shopping del Alto Palermo.

También parece que es un caso de corrupción per se que el Gobierno use el pozo acumulado de las recargas de la gente como fuente de financiación para otros proyectos. Da la sensación que están usando la plata de uno, pero, en realidad, el dinero va a estar cargado igual que siempre y reinvertir no tiene por qué ser una mala palabra.

Es necesario retomar el caso de los bancos. El sistema de tomo y doy para financiar con lo depositado por las personas es el mismo y nadie hace tanto lío.

Por si fuera poco, es común ver que todas estas quejas y desconfianzas hacia la SUBE son manifestadas en las redes sociales. Sí, el imperio de las fotos que me tomé con mis amigas en este hermoso bar de Plaza Serrano o de las imágenes que saqué del Coliseo romano en mis últimas vacaciones.

El mismo en el que las personas poco parecen preocuparse en que sus tweets o actualizaciones de estado de Facebook estén geolocalizadas o, mejor aún, con un mapa y la dirección exacta, como es el caso de Foursquare. Un mundo virtual donde está bien contar dónde se estudió, cuál es el lugar de trabajo, quiénes son los familiares y cómo se distribuyen los gustos, capital fundamental para que, con los 850 millones de usuarios de su red social, Mark Zuckerberg entrara a la Bolsa de Wall Street con promesas multimillonarias.

Tal vez sea falta de información o una paranoia selectiva exacerbada por la necesidad de oponerse a algo, sea el Gobierno o el cambio. Pero, en este momento, el ciudadano medio se presenta como una persona que no tiene problema en confiar en quienes se valen de los datos privados y que quedan a la vista de todos. Eso sí, siempre y cuando el Estado no sepa que toma el subte A en Flores porque vive por Rivadavia, Yrigoyen o alguna de esas calles para bajarse en Plaza de Mayo e ir a la Casa de Gobierno, la Catedral, la Jefatura porteña, las mil y una oficinas que operan por la zona, a pasear por el Cabildo, a ver la Manzana de las Luces, seguir después hasta Puerto Madero o ir a quién sabe donde…