En la Puna, las costumbres originarias y los paisajes multicolores son los principales atractivos turísticos. Pero, para complacer al visitante internacional, todo se transforma. Un viaje de Humahuaca a Purmamarca
Por Agustina Ordoqui
@agusinha
Viajar al norte argentino es una experiencia única. Los paisajes ondulados mezclan colores blancos, rojos, verdeazulados, tierra oscura, tierra más clara. Son montañas pintorescas, que alternan cactus con algunas vacas. Gente que camina a la vera de la ruta. Casitas bajas, muchas de adobe. Gallinas que se cruzan en el camino, alguna vicuña tímida y un penetrante olor a hoja de coca. Esa son las primeras impresiones del viaje, hasta internarse del todo en la Quebrada.
En Humahuaca, la terminal es pequeña y colonial. Casi tierna. El sol ya está alto y pega de lleno. Verano o invierno, al mediodía hace calor y entre la altura y los rayos que pegan en la nuca, mejor tomarse una infusión que evite apunarse. Gusto extraño, poco apetecible, pero con efecto salvador. El té de coca no existe en vano en las alturas.
De los tres principales pueblos de la Quebrada, sin contar a la recóndita Iruya, Humahuaca probablemente sea la menos tocada por la varita del turismo. O hasta ahí nomás. Una cantina con asientos fabricados en la década del 80, con las mejores empanadas y tamales, sin duda. Pinocho se llama. Tres cuadras más adelante, un restaurante sirve los mismos platos, al triple del precio.
Humahuaca es sencillo, para sentarse en los adoquines y ver a la gente pasar, escuchar, disfrutar. “Somos cultura que camina en un mundo globalizado”, reza un mural. Es uno de los pocos lugares donde los habitantes pueden erguirse con esa frase y ellos lo saben.
A 42 kilómetros al sur, y a menor altura, está Tilcara. Más politizada, más cuna de la llamada gente joven y del rock nacional. Más clase turista, aunque conserva la magia del norte. Paisaje multicolor, el Pucará. Los sikuris bajan del cerro en Semana Santa. Es la procesión de su Virgen, la de Punta Corral, y con música y alegría hacen largas filas para ingresar a la Iglesia del lugar. Toma por sorpresa y hasta es posible encontrar bares donde hay merienda gratis para todo aquel que agarre una silla. Reina la hermandad.
Finalmente, después de un micro en el que también viajan patos y el olor a coca empieza a volverse insoportable, el circuito norteño termina en Purmamarca. El Cerro de los Siete Colores, vistas impresionantes si los hay, es el principal atractivo. Pero las costumbres originarias del Norte argentino quedan reducidas a unas cuantas tiendas en la plaza central. Está todo tan organizado que hay autos particulares que llevan a los visitantes, todos a la misma tarifa, arriba, a las Salinas. Apenas hay espacio para improvisar o regatear.
Como cultura que se destiñe en un mundo globalizado, de norte a sur de la Quebrada de Humahuaca, el turismo hace las suyas. Es así que, entre humitas a precios astronómicos, es posible escuchar en ese paraíso de arco iris terrestre a Imagine, la legendaria y mundialmente conocida canción de John Lennon, tocada con los sikus, como si temas típicos faltase.