En «Llamadas de Ámsterdam», Juan Villoro retrata meticulosamente la nostalgia de un corazón roto que recorre los rincones de la pintoresca Colonia Condesa en la Ciudad de México
Por María Luján Torralba

“A la distancia, le gustaba suponer que él hizo todo para fracasar rápido, como si anticipara futuros daños con un sagaz instinto. Nuria lo quería con misteriosa aquiescencia, como si lo amara a pesar de algo; aceptó su silueta descompuesta y empapada en su departamento de La Condesa como la magmánima capitulación del bienestar ante el desorden. A él le pareció un milagro estar ahí, escogido por el azar, del mismo modo que en diez años odiaría ser aceptado por ella.”
Así comienza esta nouvelle que sumerge al lector en los pensamientos, deseos, elecciones y resignaciones de una pareja de la que nunca se comprende muy bien por qué están juntos, por qué se aman -¿se aman?-, ni por qué terminan. Llamadas de Ámsterdam, editada por Interzona, son las crónicas íntimas de Juan Jesús, un artista que sueña con exponer en el Guggenheim de Nueva York y que se enamora de Nuria, una chica segura pero con un potente vínculo con su padre que lleva a la pareja a postergar proyectos propios. Juan Jesús es un hombre que, finalmente, llega a sentirse espectador de su propia vida.

A pesar de la sensación inicial de estar presente ante una historia poco apasionante, Villoro logra a través de descripciones precisas y recuerdos exactos y vívidos, relatar con intensidad los encuentros y desencuentros entre dos personas que, por lo menos, se extrañan. De esta manera, la historia sostiene la tensión narrativa oscilando entre la melancolía, la intriga y el desasosiego de principio a fin.
“Luchó, y perdió sin atenuantes ni contemplaciones. No recuperó la atención de Nuria; empezó a perderla en partes, a extrañar la forma que tenía de hacerse a un lado el cabello aunque no lo tuviera en la cara, los recados que le dejaba en repisas y muebles imprevistos, con feliz caligrafía de arquitecta, sus senos pequeños, el lunar apenas abultado en las costillas, la perfecta curva de susurros con que llegaba al orgasmo, el trapo que una vez sirvió para limpiar lentes y ahora la acompañaba por la casa para despejar los aros de su taza de té. Constancias, datos que trazaban sus días, el mapa de estar juntos.”

Si bien la historia va y viene en un tiempo pasado y un tiempo presente, la trama transcurre en la calle Amsterdam, una calle donde estaba ubicado el hipódromo en la Ciudad de México. Allí es donde vive actualmente Nuria, luego de siete años de separación y de vivir en el exterior. Desde la esquina, Juan Jesús la llama por un teléfono público mientras la observa y le hace creer que la comunicación proviene desde Amsterdam, Holanda. Así comienzan un nuevo vínculo trazado por nuevas realidades, fantasías, algunos rencores y secretos.

Ámsterdam no es un lugar inocente ya que era el destino donde Juan Jesús y Nuria iban a vivir juntos a desarrollar sus sueños justo antes del principio del fin. Ámsterdam como un lugar simbólico; la ciudad donde serían felices, donde Juan Jesús podría ejercer su beca de artista, donde el padre de Nuria no sería un tercero en discordia, donde andarían en bicicleta, comprarían en los mercados y harían el amor a cualquier hora. Ahora, Ámsterdam es aquella calle circular que los separa y que los une, sobre la que corren y siempre llegan al mismo lugar.
La Ciudad de México está presente continuamente en el relato, casi como una protagonista más. Una celebración en la Cantina Guadalupana, la nueva oficina de Nuria en un edificio inteligente sobre la calle Santa Fe, una comida de abogados en el Danubio, un hotel mugriento de la Colonia Guerrero donde estuvo secuestrado un amigo en común, una caminata rumbo a la iglesia de San Juan el Bautista o el juzgado de Coyoacán, donde Juan Jesús y Nuria se divorciaron, son el escenario de este amor que se resquebraja a cada momento.
+ Plus – Colonia Roma y Colonia Condesa son características por ser residencia de intelectuales, científicos, empresarios y políticos. Por sus calles pasaron innumerables personajes reconocidos, entre ellos, el cineasta español Luis Buñuel. El artista aragonés se comprometió con los habitantes de la ciudad y los retrató en su obra Los olvidados (1950), una visión desgarradora de los niños, niñas y jóvenes que viven en las calles de los suburbios de la ciudad. El poeta Octavio Paz escribió: “Pero Los Olvidados es algo más que un film realista. El sueño, el deseo, el horror, el delirio, el azar, la porción nocturna de la vida, también tiene su parte. Y el peso de la realidad que nos muestra es de tal modo atroz, que acaba por parecernos imposible, insoportable. Y así es: la realidad es insoportable; y por eso, porque no la soporta, el hombre mata y muere, ama y crea.”

¡Buenas noticias! Los olvidados se puede ver completa por Youtube