Es un brebaje elaborado con una liana sagrada del Amazonas. Un chamán junto a 14 personas se embarca en una ceremonia milenaria. Un portal que se abre. Un viaje extático que despierta la conciencia, abre la percepción, renueva energías y nos recuerda quiénes somos en el universo.

Por Francisco Dalmasso
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Trance medicinal de ayahuasca (recorte) Por Francisco Ferreras

Somos perceptores. No somos objetos, no tenemos solidez. No tenemos límites”.
Carlos Castaneda – Las enseñanzas de Don Juan

Me siento transparente y mis ojos están suspendidos en el aire. Brota de su retina un hilo invisible que me oprime. Su mirada es muscular. Sin embargo, sonríe, su tensión desaparece y veo a un niño enjaulado en un cuerpo adulto. Lleva una larga trenza y se parece a Yogananda. Uno podría confundírselo con un hindú. Me abraza como si me conociera y le doy con miedo palmaditas en la espalda. Veintiséis ojos nos observan. Catorce personas que desconozco, forman un círculo alrededor nuestro. El hombre vuelve a sentarse en pose meditativa, junto a sus dos asistentes- a su derecha una psicóloga y a su izquierda un joven aprendiz- frente a una alfombra multicolor donde hay un tambor, una guitarra, un sikus, un ramillete de hojas, agua florida, una campana y una botella con un líquido negro espeso. Echa un vistazo sereno a todo el grupo y saluda mostrando las palmas de sus manos: “¡Bienvenidos a la ceremonia, hermanitos!”. Me siento, uniéndome al círculo. Acaba de recibirnos Antonio, un chamán del Amazonas peruano que viaja por el mundo con su medicina, una bebida enteogénica sagrada que resulta de la combinación de las hojas de Chacruna y lianas de la Ayahuasca que crece en medio de la carnavalesca, ardiente y fantástica selva Amazónica.

Estoy por iniciarme en un ritual de sanación de hace miles de años. Fui interpretando mi intuición como un mensaje sincrónico que me trajo hasta aquí. Las catorce personas que me acompañan desean purificarse y morirse. Simbólicamente. Prometieron que nuestros hábitos negativos se extinguirán y habrá resurrección. Tomar “la planta maestra” en este contexto enseña, limpia la conciencia y refresca. La sabiduría proviene de la auto observación del maestro interior y de la información de otros planos de conciencia. Es enfrentarse con la muerte en armonía. En la cosmovisión de los Pueblos Nativos, el cuerpo físico es un instrumento de curación y la medicina permite depurarlo y transmitirle sabiduría. Transpirar, tener diarrea y vomitar puede ser el resultado de liberación de cargas físicas, emocionales y mentales. Es una purificación terapéutica. Al costado, por precaución, tengo un balde y cada uno de los participantes que forman un círculo alrededor mío, también. Pensar en vomitar me saca el hambre. Hoy ayuné y hace una semana ingiero vegetales, sin sal y sin azúcar. Tampoco tuve relaciones sexuales. Debía cumplirlo para estar acá sentado. Disciplinarme me hizo distanciarme de mi rutina y reflexioné como un serafín en una ciudad demente. El lugar es inmenso y las paredes y los sillones son muy blancos. Estamos aquí reunidos colectivamente para facilitar el viaje introspectivo al enigma oculto de nuestras mentes.

Toda la magia de la ayahuasca está contenida en una botella de medio litro. Antonio la destapa y la vierte en una vasija de barro del tamaño de una medida de licor. Saborea. Su consistencia es viscosa y en su química contiene DMT que es un enteógeno que se encuentra como transmisor en el cerebro. Convida a sus dos asistentes y una jovencita frágil que podría ser musulmana se arrodilla y bebe. Sonríe y sus manos son una plegaria. Vuelve a su asiento y escupe en el balde. Un cuarentón de piernas cortas y una gordita pecosa prueban. Como dos tenistas ambos se secan los labios con la muñeca y escupen. Soy el próximo en la ronda. Empiezo a desconfiar paranoicamente. Antonio me mira fijamente activando un botón en mi frente que titila y dice “PAUSE” y alrededor mío todo se frena como una foto tridimensional. Me arrodillo en silencio. Sus pupilas chispean y mi estómago vibra. Los chamanes desarrollan la capacidad de “ver” más allá, sienten el espíritu de la persona. Es un momento crucial porque debe resolver la cantidad de brebaje que me convidará. Llena hasta la mitad. Mirándome me convida. En un segundo, mis labios juzgan. Pero mi cuerpo estalla de paz. Trago. La medicina es un jarabe con gusto a hierbas, miel y canela. “Portate bonito. Debes recordar…”, murmura el curandero y me estremezco.

Regreso al círculo y espero que los demás beban. Las luces se apagan y una vela ilumina los rostros que irrumpen inquietos en la oscuridad. Recuerdo que la ayahuasca fue declarada como “Patrimonio Cultural del Perú” por el Instituto Nacional de Cultura (INC) en el año 2008 porque constituye “uno de los pilares fundamentales de la identidad de los pueblos amazónicos” y por sus “virtudes terapéuticas”. La planta es estudiada por médicos, farmacólogos, psicólogos y psiquiatras de todo el mundo. La bebida es una singular combinación farmacológica de la liana “Banisteriopsis caapi”, la cual contiene harmalina y de las hojas de la chacruna (Psychotria viridis), que contiene DMT. La harmalina inhibe de la enzima endógena monoamino-oxidasa (MAO) que desintegra la sustancia visionaria DMT antes de que ésta pueda entrar a través de la barrera sangre-cerebro en el sistema nervioso central provocando efectos que enaltecen la conciencia y provocan visiones. La droga no genera dependencia y es un instrumento del chamán – que consulta a través de la planta- para diagnosticar enfermedades, proteger a su pueblo o profetizar el futuro. Quiénes la ingieren, se conectan con todos los dioses y llegan a comprender el lugar que ocupan dentro de su comunidad.

“Aya-huas-ca curan-dera / shamo- aycuna- cayarí / cura – cura – cuerpecito/ traina naina nainí”, aúlla Antonio con la guitarra. La frase del ícaro se dispersa convirtiéndose en escalofríos que se escabullen en mi espalda. Estos cantos chamánicos transmiten sabiduría, rezos, energía, poder e intenciones. Se retuercen mis oídos de goce. Los acordes germinan de su voz y se eyectan espiraladamente. Durante la canción, el alma del chamán emprende largos viajes y es el eco de la voz de los espíritus. Una dulce armonía melódica de paz. Agradezco a la planta por “ingresar en mi cuerpo”. Estoy fluyendo. Un relámpago detona en mi vientre y se expande al estilo de una serpiente hechizada que me eleva. Siento despertar siete ruedas energéticas, mis chakras. Raíces crecen en mis pies y un chorro de energía sale de mis sesos. Deseo arrancarme los ojos, pero me limito a frotarlos. Son dos uvas. Introduzco un dedo en mi oído derecho y siento que se enrosca en plastilina. No puedo escapar, estoy encerrado dentro de un traje áspero que me irrita. Me pellizco la piel y hay grietas. Al cerrar los ojos, veo un círculo que reduce su tamaño hasta un punto que se encoge y vuelve a crecer luminoso. La planta se dilata en mi sangre. Se vuelve agradable respirar.


Trance medicinal de ayahuasca Por Francisco Ferreras

El punto de encaje es un punto energético a través del cuál filtramos la realidad que percibimos, cuando ese punto se desplaza, la percepción se abre. Es un portal que se enlaza energéticamente a otro mundo paralelo. Me acabo de desencajar y soy un pequeño holograma recortado del escenario “real”. Desapareció el tiempo.Soy una proyección de múltiples chorros geométricos de luz de siete colores de una mente viviente e infinita. Mis hombros se contornean. Los movimientos circulares dominan mi cadera, los brazos se alzan y mi cabeza sube y baja como si fuera el cuello de una tortuga muy blanda. El ritmo me hace existir. Los párpados se transforman en gotas de aceite. Son lágrimas pesadas. Lloro y me refriego. Dos grandes ojos se abren en mi espalda y puedo ver en 180 grados. Mi conciencia está polarizada y una semana después del ritual un ojo aparecerá cuando cierre los párpados e indicará la apertura del sexto chakra que amplia la realidad perceptible de mi espíritu. Pero ahora los bastoncillos de mis pupilas no filtran imágenes a través del sentido “cultural”. No hay sentido social y todo está desnudo pero vibrante. En el vacío mi corazón comienza a latir feroz, es un globito hinchándose en la oscuridad. Se expande uniéndose en un laberinto anárquico. El éxtasis permite que el infinito te despedace. Tus decisiones son realidades creadas que generan energía para transmutar “la nada” en oscuridad y luz.

Tiembla epilépticamente y su cuello parece romperse. Su estómago se hunde, se contraen sus rodillas y emite un alarido de lobo. El barbudo se desparrama por el suelo y la señora gatea en cuatro patas. Ambos vomitan en las sombras. Yo emito un silbido bien largo y esencial. Podría salir volando, siento que soy un pájaro. Al entender mi naturaleza, siento arcadas. Los animales de poder son un reflejo de nuestro “yo” más profundo, uno se funde con la esencia del animal y representa las cualidades que se necesitan fortalecer. Por eso, los cuerpos se quejan, tosen, jadean y gimen provocando una sinfonía ruidosa. Es un hospital de almas. Regreso a mi mente y una pregunta me encarcela: “¿Quién Soy?”. De manera salvaje y mansa germina una voz serena que percibo como si una semilla echara raíces en mi garganta. Surge desde mis cuerdas vocales y me estimula a decirme a mí mismo: “Sos un niño indígena”. Involuntariamente estallo en un llanto de risas. Para apaciguarme, este impulso interno me hace cantar: “Dueeerme, dueeerme, negriiitooo, que tu mamaaá estaaá en el caaampo negriiito…”. Tengo un flashback. Estoy en una cuna y agarro con mi pequeña mano un dedo de mi madre. Ella me canta y todo se vuelve blanco. Reterno como si alguien me hubiera empujado para atrás, la planta me recuerda quién soy. Nuevamente florece la confusión en mi faringe y suelto: “El aprendizaje está dentro tuyo. Eres un niño. Los demás también lo son”. Es como si una boca se ahogara en mi pecho. Mis lamentos son ofrenda.

Doy golpes en mi estómago y en el piso; mi corazón obedece al ritmo hipnótico del tambor que genera ondas alfa que me relajan y entro en estado meditativo. Ingreso en un trance, sin mente. Desde algún lugar sin explorar, se catapultan revelaciones sobre mi vida. Es algo que me habita, más certero y pleno dentro de mí mismo. Las incógnitas brotan y las respuestas se filtran por mis sentidos. Aparece una imagen de mi madre en una tribu y mi padre con forma de águila. Grandes amores y amigos, los visualizo como indígenas. Fugazmente se dibujan pastores y mesías, con rostros recordados. Hay plenitud. Repentinamente, el trance se interrumpe y Antonio susurra: “Gracias madrecita sabia, por tu sabiduría y enseñanzas”. A continuación, se pone de pie, enciende tabaco mapacho y exhala el humo sobre mi rostro. Un tornado de viento me refresca y se estrujan mis huesos. El molde no es el mismo. Luego, agita un ramillete de hojas sobre mi cabeza. Lo abrazo y es como envolver ríos y mares y tierra y un espíritu que es eterno porque está presente. Sigue pitando encima de los demás y una canción sobre el renacimiento lo envuelve todo. Los doloridos se levantan sonrientes y bailan como si tuvieran miles de pulgas debajo de la piel.

“Te espero en otros viajecitos…”, me despide con tono fraternal mi propia voz desposeída. ¡TINGGG! Suena una campana que me devuelve a mi conciencia ordinaria. Ya pasaron cinco horas y despierto del viaje, hipersensible. Morí y resucité, mi ego se disolvió en un precipicio cósmico. Una nueva vida se ofrece como un plato extraño. Regresé a la naturaleza a través de una experiencia extrasensorial transformadora. Mis ojos están irritados de llorar. Me duele la cabeza, pero todo es libertad y abundancia. Transpiro calma. Pienso en la sensualidad y los secretos de la muerte. Suelto una carcajada reflexiva por los humanos que somos niños en un mundo de reglas creadas y sufridas por nosotros mismos. No percibimos que somos el eslabón de algo superior extraordinario y misterioso. Dejarse morir es un trabajo cotidiano. Cada uno comenta su experiencia y según el tono de los relatos hubo temperaturas variadas. Hubo coincidencia en la necesidad de habitarnos desde el cuerpo mientras los pensamientos se apartan a un lado. El mensaje de aprendizaje es eterno. Antonio, acomoda sus objetos chamánicos con delicadeza, estira sus piernas y las dobla, se sienta encima de sus talones y sus palmas se juntan y reflexiona: “El sistema nos llama locos, pero cada uno sabe la ‘evolución’ que nace de ‘conocer’ el camino interior… ¡Salud y gracias hermanitos!”.