En el país se usan por año más de 500 millones de litros/kilos de químicos sobre la tierra. Sus efectos nocivos sobre la salud inspiran películas y novelas sobre el horror ecológico.
De acuerdo con una proyección realizada el año pasado por la Cátedra de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, en el país se usan por año más de 500 millones de litros/kilos de agrotóxicos. Los números, posiblemente, sean mayores ya que las principales compañías que envenenan nuestra tierra dejaron de publicar cifras oficiales desde 2012.
La cuestión de los agrotóxicos y los pesticidas no es nueva en la Argentina. Mientras los pueblos fumigados dan pruebas de los problemas de salud que sufren sus habitantes, rociados con glifosato, atrazina y paraquat, los insecticidas cipermetrina, clorpirifos, fipronil e imidacloprid y los fungicidas benomil y carbenzazin, de la vereda de enfrente responden con supuestos estudios que demuestran la inocuidad de los químicos utilizados.
Sin embargo, según una investigación de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas de América Latina (Rapal), en nuestro país se usan agrotóxicos que están prohibidos en Europa y no se miden las consecuencias a largo plazo de determinados herbicidas e insecticidas. Pese a esto, las autoridades hacen la vista gorda y defienden los intereses agroexportadores.
Un dato no menor es que la soja representa el 35 por ciento de las exportaciones del país y se proyecta que aportará este año unos 14 mil millones de dólares al Producto Interno Bruto (PIB). Asimismo -señala un informe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina- las cadenas agroalimentarias producen uno de cada diez pesos del PIB, esto es, el 9,92 por ciento del total.
A contramano de la consigna de este año de pandemia, en la que se sostuvo que primero iba la salud y después la economía y se alegó que no hay economía posible ante una ciudadanía enferma, los agrotóxicos continúan siendo utilizados a pesar de los problemas de salud que acarrean entre las poblaciones rurales y los y las consumidoras, que se vuelcan cada vez más a opciones ecológicas para preservarse a sí mismos y a nuestra tierra.
Inspiración para el género del terror
Si los agrotóxicos generarán daños que inspiraron películas y novelas de terror. En Respira, thriller del director Gabriel Grieco protagonizada por Lautaro Delgado Tymruk y Sofía Gala Castiglione, un aviador que fue despedido de su trabajo termina en un pueblo rural con su mujer y su hijo. La zona está librada a su propia suerte: es rociada constantemente por agroquímicos.
La película integra el catálogo de la plataforma gratuita Cine.Ar, al igual que Viaje a los pueblos fumigados, de Fernando «Pino» Solanas, documental que indaga sobre las regiones arrasadas por la industria agrícola y las consecuencias sociales y ecológicas que crea el modelo transgénico con agrotóxicos.
Dentro del género, un manto de horror ecológico también se cierne sobre la novela corta de Samanta Schweblin, Distancia de rescate, sobre la relación de una madre y su hijo, al que intenta proteger a toda costa, en un ámbito tétrico en medio del campo.