Música en vivo, cine o muestras de arte que se realizan a puertas cerradas ante las dificultades para conseguir habilitaciones. Un recorrido por algunos lugares donde la cultura brota por los poros, pero a escondidas

Por Agustina Ordoqui

“Una amiga va a pasar una película en una casa de Villa Urquiza. Venden comida, el cine se paga a la gorra y después un grupo va a interpretar canciones de la banda sonora”. Para acudir a la cita, me pasaron la dirección por privado con el compromiso de mantenerlo como un secreto bajo cuatro llaves. Al llegar, una casa en la esquina. Nadie en la calle. Ningún ruido ni adentro ni afuera. Toco el timbre. “¿Quién es?, ¿cómo te enteraste del lugar?”. Respondo y me abren la puerta.

Una escalera hacia arriba y ya se escucha el bullicio. Las mesas repletas, la película por empezar y mi amiga sonriente con otro grupo de amigos sentada en unos almohadones. El dueño de la casa circula con bandejas de pizza. Abajo se escuchan unos acordes, que deben ser la banda afinando. Es una reunión que tiene algo de clandestino y eso le da una adrenalina especial.

“El ciclo de cine y de música Los que llegan con la noche (LQLCLN) nació a principios de 2015 partir de la convocatoria del dueño de la casa. Del encuentro con el otro organizador, que es del ámbito de las Letras y músico, surgió la idea de conjugar dos artes que amamos”, explica Daniela, una de las organizadoras. El lugar elegido es ese caserón de Villa Urquiza cuyo sótano está acustizado para que los grupos puedan tocar en vivo. “Un viernes al mes proyectamos una película y luego toca una banda. La dirección se pasa por inbox”, precisa.

El formato de LQLCLN no es el único. Cada vez son más los espacios culturales que se encuentran a puertas cerradas. Hay una fórmula que se repite: casas secretas, direcciones secretas y por favor mantener el secreto.

Es así también el caso del club social TRES16, perdido en algún punto de Colegiales. Allí se realizan conciertos en vivo los viernes o sábados y se organizan cursos y seminarios durante la semana, presentaciones de libros y fiestas, además de contar con una barra para los asistentes. El lugar funciona desde octubre de 2015 y se autoproclama como “un nuevo espacio en estos tiempos que corren”. “Promovemos la cultura popular para fomentar el encuentro barrial y el intercambio colectivo. TRES16 es un lugar de construcción de sentido y comunidad”, señalan sus fundadores. La dirección también se pasa por privado.

Un poco por las dificultades para obtener habilitaciones por parte del gobierno de la Ciudad debido a la misma normativa por la que cerraron decenas de centros culturales en Buenos Aires y otro poco para reducir costos ante la disyuntiva de generar ingresos que permitan sustentar el lugar físico o difundir la cultura aunque esta no sea rentable, los centros culturales secretos se muestran como una opción para disfrutar del arte en todas sus formas.