La 17° edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires se llevó a cabo en abril con más de 400 películas. La esencia que cautiva a los aficionados se conserva a través del tiempo

Por Flor Pasquali
@flopasquali

bafici

Todavía existe esa parte del BAFICI que corrompe al ser humano, lo libera de sus prejuicios y lo soborna con historias que terminan en conclusiones impensadas. Se trata de un festival que ya lleva 17 ediciones y que aún continúa alimentando el factor sorpresa del espectador. Y eso no es algo sencillo.

La apertura con la proyección de The Tale of the Princess Kaguya fue el empujón que sumergió al público en esa atmósfera de asombro. Quién iba a pensar que un film japonés de dibujos animados para chicos desencadenaría en las lágrimas de la mayoría de la audiencia. Tal vez sea por cómo los sentimientos de la princesa explotan entre el deber y el deseo y dejan un sabor agridulce difícil de esquivar. Es curioso que esta obra de Isao Takahata no haya obtenido el éxito esperado en Japón, pero sí un gran reconocimiento en distintas partes del mundo, como en los festivales de Toronto, Berlín y Cannes, entre otros.

Descubrir distintas sensaciones que no esperaban ser encontradas y desatar una variedad de interrogantes son algunos de los efectos del BAFICI, y eso es lo que resulta más perturbador. Un ejemplo de ello es Amor Eterno de Marçal Forés. No hay que dejarse engañar: detrás de ese nombre insulso se encuentra un ambiente más turbio y oscuro de lo que parece. Allí Forés sabe cómo incomodar y cautivar al espectador al mismo tiempo. El film juega mucho con el papel del límite de los deseos, donde el joven Toni siente una fuerte atracción por su profesor Carlos, un hombre que ronda los 40 años. Es así que comienza una relación de amor que plantea hasta dónde puede llegar la verdadera naturaleza de los personajes, con un final que transgrede lo predecible.

En el caso de Victoria, una noche puede volverse eterna, y muchas otras cosas más también. El nombre de la película se atribuye a la protagonista, una joven que va a divertirse a un boliche de Berlín y conoce a un grupo de chicos que hacen que su día termine en circunstancias impensadas. Filmada en una sola toma, Sebastian Schipper creó un ambiente propicio para la tensión, cargado de un suspenso y adrenalina que se sostienen hasta el final. La duración total es de 140 minutos y, según aseguró Schipper, el rodaje se realizó todo en un día, desde las 4.30 am hasta las 7:00 am aproximadamente. Tal vez sea por eso que se puede percibir el nerviosismo tatuado en cada escena con una energía que parece traspasar la pantalla.

Victoria

En el BAFICI, la impresión que agarra desprevenido al espectador siempre está presente. Tener empatía con una chica vampiro iraní, que anda en patineta y sacia su sed con depravadores, no es algo que alguien imaginaría sentir. Pero al ver A Girl Walks Home Alone At Night, puede volverse una realidad. Si bien el tópico de vampiros es uno de los lugares más comunes del cine, Ana Lily Amirpour logra crear un western con otro punto de vista nada similar a obras anteriores. El uso del blanco y negro establece un ambiente perfecto para el desarrollo de la película, que tiene a un antihéroe femenino como protagonista. Amirpour sorprende con una estética distinta con primeros planos y tomas inusuales, donde toman posesión la imprevisibilidad de los personajes y la disputa entre el juicio de valor y el obrar del vampiro.

También hasta se podría llegar a evaluar la posibilidad de la existencia de los ovnis gracias a Daniel Rosenfeld con Al centro de la Tierra, donde un anciano de Salta llamado Antonio está empecinado en comprobar su teoría con filmaciones que realizó durante muchos años. Un buen día decide viajar a Buenos Aires para dar a conocer su descubrimiento, pero termina siendo descartado por expertos que aseguran que es todo una ilusión elaborada por su mente. Aun así, Antonio insiste y vuelve a Salta para buscar las huellas del ovni que asegura haber visto. De esta manera, Al centro de la Tierra manifiesta los cuestionamientos de la fe y deja la pregunta inconclusa de si existe o no un límite en la credibilidad.

Pero lo que es factible en la vida real y que todavía existe es el prejuicio que concibe al BAFICI como un festival snob o, dicho mal y pronto, “careta”. Una razón para no asistir que se percibe hace tiempo por una gran parte de la sociedad. Tal vez sea cierto, tal vez no. Lo que es seguro es que uno de los motivos por los que vale la pena asistir al BAFICI es la posibilidad que ofrecen los directores de colocarse en distintas perspectivas, abrir la mente y dejarse llevar más por la intuición que por la razón.

Todo depende del panorama con el que se lo mire. La elección está entre caer en el lugar común del prejuicio o probar y dejarse engatusar por la sorpresa y el impacto.