Así describe su trabajo la reconocida conductora y editora cultural. En diálogo con Revista Dínamo, contó sus comienzos y los momentos más importantes de su vida

Por Federico Moretti
@fede_pmoretti

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En el ámbito del periodismo y la literatura la conocen con el nombre “Canela”. Dentro de su familia y amigos más queridos, como Gigliola Zecchin de Duhalde. Aunque su nombre de pila sea muy complicado de pronunciar y recordar, Canela ha hecho historia con su apodo desde principios de los años 60, cuando ingresó a la televisión.

Nacida en la ciudad italiana de Vicenza, en 1942, se trasladó a Argentina con sus padres y sus 10 hermanos como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Residió durante su adolescencia en las ciudades cordobesas de San Francisco y Córdoba hasta que empezó a trabajar en televisión en 1962, con tal solo 20 años.

Sus numerosos trabajos como periodista, productora, locutora, editora en Sudamericana y escritora de libros para chicos y adultos, la han llevado a ser reconocida a nivel nacional e internacional, como el Martín Fierro y el White Ravens, que reúne a los libros más destacados para chicos y grandes en todo el mundo.

Madre de cuatro y abuela de seis, conduce el programa Colectivo Imaginario por el canal TN (Todo Noticias) desde hace 14 años. En sus ratos libres, aprovecha el tiempo para pasarlo con su numerosa familia y actualmente está preparando la presentación de tres nuevos libros para niños y un texto de poemas para adolescentes, que se exhibirán en la Feria del libro de este año.

Revista Dínamo: ¿Cuál fue el camino que la llevó a pensar en el apodo “Canela”?
Canela: Todo empezó cuando comencé a trabajar en el canal de la Universidad de Córdoba con personas como Carlos Mesa. Cuando escucharon mi nombre, me dijeron que tenía que elegir uno más simple. En mi casa me llamaban Lola, pero en ese momento La Lolita de Vladimir Nabokov era un libro prohibido y sinónimo de una chica muy precoz sexualmente, sumado que además no me gustan los diminutivos. Busqué otros nombres, tal vez 48 horas, y encontré el que tengo ahora. Me gustó porque no necesita un diminutivo, aunque mis compañeros de trabajo me digan Cane. Mis amigos y los que pasan a la intimidad me llaman Gigliola.

RD: Tu primer trabajo en televisión fue a los 20 años. ¿Tuvo dificultades para adaptarte siendo tan joven?
C: Me tocó un llamado de suerte. Cuando empecé en televisión, el canal abría sus puertas y nadie sabía nada, por lo tanto no teníamos miedo. En ese entonces, no existía la posibilidad de mirarte en la televisión y para mí resultó con mucha libertad. Yo estudiaba Letras en la Universidad Nacional de Córdoba, tenía una cierta facilidad de palabras, cantaba y podía narrar y escribir sin problemas. En mi casa, como parte de mi cultura italiana, hacía todo tipo de manualidades, que fueron cosas útiles a la hora de hacer un programa para chicos, teniendo en cuenta que trabajábamos con una cámara y ciertas precariedades, pero con mucha entrega personal. Había que desarrollar mucho del ingenio.

RD: ¿Se puede decir que tus momentos de la infancia te permitieron crecer enérgicamente en los medios de comunicación?
C: Por supuesto. De chiquita era bastante tímida y poco efusiva, pero tenía una familia muy grande y alegre. Mis padres nos enseñaron a mis hermanos y a mí a bailar, hacer títeres, todo lo que se hace en una familia pobre que perdió todo en la guerra y que las fiestas se inventaban con la nada. Eso me quedó muy adentro. Cuando entre al medio, me permitió ponerlo afuera y me hizo sentir con mucha comodidad. Mi familia es de hoteleros. Primero mis padres y mis hermanos mayores allá, luego mis tíos en Argentina para después mis hermanos mayores en San Francisco. Viví en un hotel de aquella ciudad, estaba rodeada de folclore y además aprendí castellano. Conocí a los grandes tangueros, folcloristas y la gente del teatro. Para mi familia era muy natural dialogar con ellos. La vida en hotel te quita privacidad, pero te brinda soltura.

RD: ¿Cómo fue la experiencia de trasladarte a Buenos Aires y conseguir trabajo de lo que hacías?
C: Cuando vine me casé, tuve dos hijas luego de mi boda y me costó bastante mucho adaptarme. Trabajé en Buenas tardes, mucho gusto (1967-1968), un programa femenino muy estructurado y avanzado, pero que fue una escuela para mí. La suerte tocó a mi puerta nuevamente y en muy poco tiempo empecé a sentir soltura y libertad. En ese entonces, no estaba involucrada la política, que tomó un lugar en los medios mucho tiempo después. Había una programación de programas hogareños, programas para niños y el noticiero. El programa político comenzó a principios de los 70. Luego de La luna de Canela (1970-1972), que es uno de los programas más recordados y elogiados que tengo como autora, comencé un ciclo para niños en Canal 7 que llegó justo con el peronismo y la última dictadura militar. A partir de ahí, dejé de hacer televisión y pasé a trabajar en Radio Nacional.

RD: ¿Fue difícil poder expresarte con libertad durante los siete años que duró la última dictadura?
C: El compromiso era callarse en los medios, y en el programa para que conduje llamado Con Canela (1976) realicé cosas que nadie percibió: entrevistas a deportistas, cantantes, artistas como Antonio Berni y boxeadores como Ringo Bonavena. En el mismo, había un ‘café concert’ y se les hacía preguntas a las personas que cantaban. Entrevisté a gente que estaba muy vinculada a la realidad, las preguntas no podían ser banales y las respuestas tampoco. Recuerdo que les expliqué a los niños qué es un gremio, que en ese momento estaba surgiendo. Antes de entrar como editora, trabajé dos años en la fábrica que hoy es la principal de Renault. Viví un momento muy trágico del gremialismo en Córdoba, y de alguna forma yo tenía que contarles eso sin que nadie me lo contara a mí. El camino de la televisión y radio para chicos me permitió crecer y desarrollar nuevas ideas. Siempre hablé como adulta con los chicos, nunca siendo una niña.

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RD: ¿La literatura la ayudó a abrir caminos en los años turbulentos?
C: Sin dudas. Cuando terminé de trabajar en televisión abierta durante 16 años, fui editora en Editorial Sudamericana desde 1987 hasta 2002. Me brindó una increíble experiencia en donde edité muchísimos textos y creé diversas colecciones. A la literatura la estudié, la utilicé en los programas y aprendí a seleccionarla, editarla y conquistar lectores. Escribí muchos libros. El enorme cambio visible se dio en mi generación con los libros, donde los aprendimos y aprehendimos, era una lectora compulsiva.

RD: ¿Cree que esa aprehensión perdura hoy en día dentro de los más jóvenes?
C: Pienso que esa compulsión está puesta en los medios de comunicación, las computadoras, las tablets, todo lo virtual. Todavía no sabemos el efecto. Lo que ahora se hace más difícil es que el niño se concentre, y creo que la lectura amorosa de los padres es la puerta de entrada: cuando un chico entra al mundo de la literatura, no lo abandona. Antes, los programas para chicos duraban una hora y les daba a ellos la posibilidad de jugar y construir, hoy todo está forjado por la televisión. La primera responsabilidad es de los padres, o de las personas que estén a cargo, hay que dosificarla. Hay una exposición muy grande y se transmiten mensajes que no deben ser vistos. La lectura y el libro te obligan a una inmersión y compresión de lo que lees para que te des cuenta.

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RD: El ciclo de Colectivo Imaginario es una prueba de que ha sobrevivido a los constantes cambios de la tecnología y la cultura. ¿Cómo te sentís al respecto desde que incursionaste en el periodismo cultural?
C: Con la cultura comencé en la década de los 90 con mi programa Generaciones (1991-2002). Me dio una gimnasia respecto a los reportajes, como también mucha alegría y dicha hasta que decidí terminarlo porque estaba trabajando simultáneamente como editora. Cuando empecé en TN con El periodismo que viene, tuve que optar entre todo lo que estaba haciendo. Durante los seis años que duró, convoqué con mi equipo y los dos productores ejecutivos a todas las universidades del ámbito terciario. Cada una mandaba cuatro alumnos y nosotros les dábamos consignas, un medio para producir y un tiempo estimado para finalizarlo. Fue un octogonal de periodismo: empezaban ocho equipos, luego se reducían a cuatro para después ser dos, y el que ganaba adquiría una pasantía en TN. De hecho, mis jefes fueron alumnos de ese programa y por eso me dejan trabajar con mucha libertad.
-Para Colectivo Imaginario, en el canal tenían muchas propuestas culturales y yo les planteé que me dieran tres meses para crear un noticiero cultural con un lenguaje muy llano, que es la base del programa. Mi función es contextualizar lo que se va a presentar para que la gente entienda. Me obligo a estar muy informada para poder explicar en 20 segundos el informe que vamos a presentar. Con los años, aumentó la calidad visual, incluimos una instalación, que es como una galería de arte y se renueva en todos los programas, y cada año hacemos un concurso diferente en donde seleccionamos a las mejores propuestas que nos dan mucho interés y siempre tratamos de que sean diferentes para que haya diversidad de opciones y elegidos.

RD: ¿Cómo lográs meter toda tu experiencia en el mundo de la literatura sin tropezar en temas políticos o de otra índole?
C: Yo escribo para niños muy pequeños, adolescentes y adultos, no tengo problema para esas edades y solamente registro la situación que me lleva a ese momento de mi vida para poder contarlo. Si voy a tener éxito en lo que escribo o no, quién lo sabe. Yo cuento lo que siento y el libro hace su historia. Me gustan los textos que tienen una llavecita guardada, hay quien la encuentra y quien no, pero si yo no la puedo hallar, lo trabajo hasta que salga y eso abre una puerta.