La selección de cortometrajes que se exhibe edición a edición del BAFICI fueron uno de los puntos más originales y brillantes del festival.

Por Agustina Ordoqui y Paula Núñez

En el marco del 13º Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, se proyectaron 48 cortometrajes. De acuerdo con la convención general del séptimo arte, un corto es toda aquella película que dura entre 5 y 40 minutos. El marco temporal es el único límite establecido, el resto es pura creatividad y experiencia.

En general, los cortos son la primera opción para los directores en formación. En ese sentido, se convierte en un semillero de futuros talentos. Pero también están los que lo hacen porque es la mejor forma que encuentra para contar una determinada historia.
“En mi caso, tiene que ver con la técnica elegida. El cine de animación es muy laborioso y creo que como criterio de un primer proyecto es adecuado”, señala Rocío Dalmau con respecto a su corto Cocorocó, hecho en stop motion sobre un cocodrilo que nace en un gallinero y debe luchar contra su instinto animal para no comerse a su familia adoptiva de un bocado.

Martín Mainoli, director de Vine solo, prefirió un cortometraje porque su historia no tenía un desarrollo mucho más extenso. “Era un chiste [un chico que es el único soltero en una fiesta], entonces no daba para mucho más”, indica.

Por otra parte, el corto de Martín Boggiano, Mi vida… Feliz bicentenario, es parte de una serie producida por la Secretaría de Cultura de Salta. “Distintas escuelas tenían que mandar un relato, luego se eligieron 25 para que 25 directores los adapten como guiones de cortometrajes y los filmen. Así que es una historia escrita por un joven de 17 años de un pueblito de Salta y yo la adapté”, afirma.

Por fuera de los motivos de elección, al momento de poner las manos a la obra, hay otras particularidades. “En un corto se debe resolver en relativamente poco tiempo toda una situación. El largo da una complejidad a la historia claramente relacionada a su duración, a la psicología de los personajes, a poder contar todo lo necesario sin dejar todo sobre la mesa pero con muchas posibilidades de aquellos que lo vean puedan llevarse algo”, sostine Dalmau.

La cuestión argumental no es un dato menor en referencia a los cortometrajes. A diferencia de la mayoría de las películas convencionales, un corto tiene ciertas libertades en cuanto a lo que se puede mostrar. Un claro ejemplo es Audiovisiontes de Andrés Fernández, un bombardeo de imágenes hechas de otras superpuestas como una alegoría crítica a los medios de comunicación e Internet.

Tampoco requieren de un comienzo, un desenlace o un final. Tienen la posibilidad de quedarse en un desarrollo o tan sólo mostrar un paisaje en perfecto silencio. Mismo ser una reflexión en voz alta o un recuerdo perdido en el tiempo, como en La pesca del cangrejo de Miguel Baratta, en el que dos niños juegan en el mar. De extrapolarlo a otro arte, bien podría sostenerse que los cortos son al cine lo que los cuentos a la literatura.


Audiovisiontes


La pesca del cangrejo


Vine solo