Melancólica y cautivante. Así es la palabra de esta poeta que ya publicó dos libros con la editorial Pánico el Pánico. Fantasea con ser Gruschenka de Los hermanos Karamazov
Por María Luján Torralba
@lujitorralba
Luciana Ravazzani es melancólica, ciclotímica, levemente fundamentalista, habla bien bajito y, casi siempre, tiene buenas intenciones. Tiene 31 años, es poeta y licenciada en Psicología, y además vive en Vicente López, provincia de Buenos Aires. Declara que sus maestros son El Pablo Neruda de Residencia en la Tierra, Fernando Pessoa, Henri Michaux, Joaquín O. Gianuzzi, Diana Bellessi, Clarice Lispector, Raymond Carver y los rusos (Fiodor Dostoievski, León Tolstói, Antón Chéjov) entre otros.
Sus publicaciones:
El ombligo de las naranjas – Pánico el Pánico 2010
Intenciones de hablarte – Pánico el Pánico 2012
REVISTA DINAMO: ¿Qué es ser un joven escritor?, ¿desde cuándo te autodenominás escritor?
LUCIANA RAVAZZANI: No puedo decir qué es ser un joven escritor pero sí lo que es escribir para mí. Escribir para mí es un tropiezo afortunado. Hay veces en que las cosas me interpelan en modo poema, otras veces es como un latido y la confianza de que mi mano y yo vamos a encontrar el camino. También puede ser que para que nazca el germen emotivo, busque en otros poetas: después de leer un rato, aparece la propia voz queriendo formar parte de ese mundo.
No me autodenomino escritora, me descubro escritora y me sorprendo, claro, en los momentos en los que escribo.
RD: ¿Cuáles son tus referentes literarios?, ¿qué texto te marcó para siempre?
LR: Empecé leyendo a Pablo Neruda, tuve un breve pero intenso romance con Federico García Lorca en la adolescencia, de más grande descubrí a las hermosas Marosa di Giorgio y Diana Bellessi. También Joaquín O. Gianuzzi, Fernando Pessoa, Henri Michaux, entre otros, en poesía.
En prosa son incontables, no puedo nombrar sólo a algunos, puedo decir sí que una de las novelas más increíbles que leí en mi vida es Los hermanos Karamazov de Fiódor Dostoievski.
RD: ¿Cómo llegan las historias a tu mente?, ¿en qué te inspirás?
LR: Las historias llegan de maneras diversas. Algunas me asaltan, una arañita en la ventana y descubro que tiene pareja, por ejemplo. Otras, yo siento que están y el proceso de maduración es de dos a tres horas por lo general. Es un estado de silencio para escuchar dentro, si no dispongo del mínimo de dos horas, dejo el parto para otro momento. Con respecto a la inspiración, creo que es una figura apócrifa. No me pasa de sentirme inspirada sino que el encuentro con elementos fortuitos despiertan algo que busca ser nacido con la delicadeza de un cuerpo poema. En ese momento aparece algo del orden de lo ritual, un ritual personal que consiste en sacarle punta a mi lápiz y pincharme suavemente la mano izquierda hasta que aparezca la primera palabra. La idea de la inspiración como algo que aparece de la nada y lleva al deseo de escribir, para mí no tiene sentido.
RD: ¿Qué concepto englobaría toda tu obra?
LR: No sé si tengo un concepto. Busco que cada libro sea muy distinto uno de otro, escribo lo que me sale sin pensarlo demasiado antes. Tengo la fantasía de que si lo pienso bien, mejor no lo escribo, como si pudiera evitarlo.
RD: ¿Cómo definirías tu estilo?
LR: Como melancólico. Me siento bien en la melancolía, salirme de ese registro sería salirme de mí misma y no me hace falta. La poesía es el canal por donde la melancolía se vuelve un arma poco afilada como para ser peligrosa.
RD: ¿Qué personaje de ficción te hubiera gustado ser?
LR: Me hubiera gustado ser Gruschenka de Los hermanos Karamazov, tener un amor así con un personaje atormentado, débil y tiernamente inmaduro como Dimitri Karanazov.
RD: ¿Con qué artistas de otras disciplinas te identificás?
LR: Puede sonar pedante y de una tendencia demasiado actual pero me identifico con Frida Kahlo por un motivo que tiene que ver con una perspectiva que es la siguiente: cuando el dolor es atravesado por la pintura en su caso o por la escritura en el mío, puede convertirse en paz, en alegría infinita.
Acá, Luciana nos deja un poema sín título:
No te dije que cuando éramos chicas
mi papá ejercía con nerviosa alegría su función
y en su inseguridad dábamos vueltas a la calesita
felices, mi hermana y yo, con vértigo del temeroso
que iba a pagarnos otra vuelta y cómo lo queríamos.
No te conté que secretamente llamábamos a ese bar
“Las cucarachas” por algunas dudas sanitarias,
pero qué rico se comía y la plaza era enfrente.
No te conté y ya habíamos cruzado la barrera
hacia ese lado que a aquella edad yo no conocía,
elegimos un lugar de manteles amarillos,
era verano y no había sospechas de lluvia:
no iba a cantarte la canción triste que a veces elegían
para hacerme dormir temprano a la noche.