Héctor Viel Temperley fue un poeta místico. Poco difundidas en su época, sus obras hoy son eje de la vanguardia de la poesía argentina
Por María Luján Torralba
@lutijuana
“Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”
Crawl (1982)
El cuerpo y el alma, el alma y el cuerpo, el agua y la poesía, la poesía y el alma, el agua y el cuerpo. Héctor Viel Temperley fue un poeta que vivió su vida transitando el alma a través del cuerpo y el cuerpo a través del alma. Estos elementos son un faro que ilumina toda su obra, poco difundida, pero no menos hermosa y conmovedora.
Los versos de este escritor solitario fallecido hace 24 años son un arte que amplifica las percepciones. Muchas veces relacionados con la poesía religiosa, Viel Temperley escribía desde el misticismo más puro, y así lo explicaba en una entrevista con Sergio Bizzio: “Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufián, de un vago, de un bañero. Pongo «Besarme el rostro en Jesucristo», queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando de lado mi amor por esa chica al lado de la lámpara, lo busco ahí”.
Etomín (seudónimo que utilizaba el escritor para firmar las cartas a su hija) vivía en un departamento de la Ciudad de Buenos Aires en la calle Pellegrini a metros de Santa Fe escribiendo abstraído del caos. Era un viajante y un gran nadador. Amaba las playas y el río, era cerca del agua donde yacía en nirvana.
Uno de sus poemas más relevantes fue Crawl, donde optimiza los recursos para que el lector sea más que un receptor de sus palabras y experimente emociones sublimes. El lenguaje era como un médium entre el cuerpo y el alma así como lo era el agua. La estructura determina el sentido del poema, no existe la división entre forma y contenido. El ritmo de los versos son brazadas en un río, cada pausa sirve para tomar aire y continuar.
En la charla mencionada con Bizzio, Viel Temperley recuerda que cuando era chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas su mamá lo llevaba al río, cargado en la espalda porque todavía no sabía caminar. Un día se cayó al agua, y cuenta: “Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era felíz.”
Según el escritor Juan Forn, Viel Temperley era un ser que irradiaba luz aun cuando estaba muriendo. En 1986 fue internado en el Hospital Británico en Parque Patricios, allí le abrieron la cabeza con una sierra pero sus ideas se quedaron para luego crear su mejor obra: Hospital Británico.
Su espiritualidad y la muerte de su amada madre colaboraron en aquel momento para que el poeta creara las imágenes surrealistas del libro. Fue junto a Bizzio donde confesó: “Me operaron del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto. Volaban unas mariposas y había unos eucaliptus muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo”.
Héctor Viel Temperley fue elegido por Dínamo porque es un poeta diferente, poco reconocido por las elites literarias pero con una riqueza expresiva sobresaliente. Viel Temperley el nadador, el poeta que se sumerge en el agua, vive, siente, ama, goza, sufre para luego salir como un resucitado, como un Cristo en su viaje eterno.
Hospital Británico, 1986
(fragmento)
Tengo la cabeza vendada (textos proféticos)
Mi cuerpo-con aves como bisturíes en la frente-entra en mi alma (1984)
Santa Reina de los misterios del rosario del hacha y de las brazadas lejos del espigón: Ruega por mí que estoy en una zona donde nunca había anclado con maniobras de Cristo en mi cabeza. (1985)
Señor: Desde este instante mi cabeza quiere ser, por los siglos de los siglos, herida de Tu Mano bendiciéndome en fuego. (1984)
El sol como la blanca velocidad de Dios en mi cabeza, que la aspira y desgarra hacia la nuca. (1984)
Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
El sol entra con mi alma en mi cabeza (o mi cuerpo-con la Resurrección-entra en mi alma). (1984)
Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
Por culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en este instante, Tu Mano traza un ancla y no una cruz en mi cabeza.
Quiero beber hacia mi nuca, eternamente, los dos brazos del ancla del temblor de Tu Carne y de la prisa de los Cielos. (1984)
Crawl (1982)
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,
aunque comulgué como un ahogado,
mientras en una celda
de mi memoria arrecia
la lluvia del sudeste,
igual que siempre
embiste al sesgo a un espigón muy largo,
y barre el largo aviso
de vermut que lo escuda
con su llamado azul,
casi gris en el límite,
para escurrirse por la tez del mundo
hacia los ojos de los nadadores:
dos o tres guardavidas,
dos adolescentes
y un vago de la arena que cortaron
con una diagonal
el mar desde su playa.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
contemplando unas sábanas
que sólo de mí penden
sin querer olvidar que en esta balsa,
de tiempo que detengo y de escafandra
con pasos de mujer,
nunca fui absuelto
en el adolescente y en el viento
ni en la cuerda del crawl, que de los hierros
cavernosos comienza
a separarse;
ni siquiera en las manos deslizándose
ni en el agua –que corre entre los dedos–
ni en los dedos, ligándose despacio
para remar con aprensión
de nuevo
allí donde no hay mesa para apoyar los brazos
y esperar que alguien venga
desde su pueblo a visitarnos;
nadie fuma ni duerme, y –en días
de gran calma–
sobre el plato de un hombro
puede viajar un vaso.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
aunque comulgué con los cosacos
sentados a una mesa bajo el cielo
y los eucaliptus que con ellos
se cimbran estos días bochornosos
en que camino hasta las areneras
del sur de la ciudad
–el vizcaíno,
santa adela,
la elisa–
(a la sombra hay un loco, y hay un árbol
muy alto
y alguien dice “cristo en rusia”)
e insolado hablo al yo que está en su orilla,
ansío su aventura
en otro hombre,
y a la hora en que no sé si tuve esclava,
si busco a dios,
si quiero ser o serme,
si fui vendido a tierra o si amo poco,
sé que El quiere venir pero no puede
cruzar –si no lo robo como a un banco
pesado de galeote–
esa balanza
que es tanta hacia ambos lados
atrancando mis puertas:
la abierta, marginal, no interrumpida
matriz sin cabecera
donde gateó la vida,
donde algunos gatean
y su alma sólo traga lo mismo que el mar traga:
aletas, playas solas e iguales, hombres débiles
y una pared espesa
de cetáceo y de fábrica.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
Y hacia otro hombre apuntan los prismáticos
De la escuela de náutica –que resistí– y del plátano
Que no sé más cuál es, que está en el puerto
con otros cien,
que un día fue ciruelo
O grito de novicia de piletas vacías
rotas por el allá,
después zureo
De torcaza escondida en los portones
calientes de un estadio en el suburbio.
Mientras ellas traían la pobreza,
la señal del aborto, los cabellos,
las manchas de salitre y,
en las albas,
Oseo en mi rostro y largo como un tendón de aquiles
de muchacha de pueblo
que camina o que duerme,
Ese olor a infinito enverjado, pujante
junto al Crucificado
que ocupaba,
incorrupto,
La mitad de la balsa, del cerebro,
de las islas del techo
y del desagüe
–Que se arrastraba angosto, a cielo abierto,
igual que un regimiento entre violetas,
Con hilos de agua vieja, grandes hojas
de palmeras, tapitas de cervezas,
campanillas silvestres, mucho tiempo
sin Teresa, que amé a los doce años–,
y la mitad
del mar:
por
donde,
me decía,
Dentro de poco el sol sería un gallo
en un carro blindado,
y la cabeza
sobre plata
–enseguida–
del Bautista.